Según el Diccionario de la Real Academia Española, el significado de «mescolanza», es un entramado de situaciones y notificaciones expuestas gráficamente con falta de orden y sentido.
No es mi intención faltar a las reglas y sí intentar que, a pesar de disparates fuera de orden y sentido, todo lo expuesto por mí en este relato quede lo más organizado y compresible para cualquier lector que se aventure a internar su atención en lo que aquí se expone.
Me sucedió cierta mañana cuando paseando por la playa encontré a un conocido tirado en la arena a ras del agua.
Las olas parecían querer llegar hasta él sin conseguirlo una y otra vez. De momento me pareció que dormía, pero observando su lasitud me acerqué y pude comprobar que su estado era de inconsciencia, o tal vez de algo más... grave.
Recogí su mano del abandono y le tomé el pulso. Creo que era lo más adecuado en ese momento. Sentí los débiles latidos de su corazón.
Alcé la mirada para buscar en el entorno a algún ser humano que pudiera echar una mano en la difícil situación en que me encontraba pero solo vi cangrejos, toda la playa se había llenado de cangrejos.
Me asusté. Venían todos con sus pinzas abiertas y empinadas hacía nosotros y sus ojos, perceptiblemente agrandados nos miraban con fijeza y no presagiaban nada bueno. Zarandeé a mi compatriota con una fuerza inusual en mí y le insté a que despertara para salir corriendo, pero no hizo reacción alguna, siguió sumido en su desmayo.
Por un momento pensé salir por pies y dejarlo, pero nunca me lo hubiera perdonado.
Conocía a su mujer y a sus niños y la conciencia me hubiera perseguido haciéndome la vida amarga el resto de mis días.
Viendo que los cangrejos pretendían cercarnos y dar buena cuenta de nosotros, sujeté con fuerza sus tobillos, y tirando de él hacía dentro.
Nos internamos en el mar hasta que la profundidad fue suficiente para que su cuerpo flotase y así lo pude desplazar con facilidad lejos de aquel tortuoso enjambre de crustáceos hambrientos caníbales.
Anduve bastante trecho arrastrando un cuerpo inerte, pero al parecer, vivo.
Ya pensaba arribar en la playa cuando me pareció ver que su boca se movía de modo extraño.
No tardó el estupor en dejarme anonadado...
Abrió la boca: empezó a vomitar cangrejos que salían blandiendo sus pinzas y me miraban amenazantes con sus grandes ojos saltones.
Salí corriendo sin mirar atrás. De pronto oí la voz de mi paisano que gritaba:
—¡Corre!, ¡no te detengas!, ¡da aviso!, ¡la invasión es inminente!
Di parte a las autoridades, pero nadie quiso creerme. Ahora, cuando alguien dice algo fuera de lo normal le hacen el antidroga...
A mí me lo hicieron, y a pesar de dar negativo, me obligaron a permanecer en una celda unas horas, hasta que, para que me dejaran marchar, declaré que sí, que algo había tomado que me hizo ver visiones.
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