miércoles, 5 de julio de 2017

LA INVERNADA

La ventisca lanzaba sus quejidos por la chimenea hacia el interior de la cabaña. Por suerte, esta, se encontraba bien asentada. 
 La nieve cubría hasta la mitad de las ventanas.

Acurrucado contra su dueño, Mitrón, un dogo alemán, dormitaba al calor de las llamas amarillas y azuladas de la hoguera. Todo parecía tranquilo.

Joe, un joven escritor hacía su primera invernada en un parque. Había construido su cabaña a orillas del lago del mismo nombre. 
Tallaba con sumo cuidado la cabeza de un oso. 
A pesar de la tormenta de nieve que azotaba la comarca y la baja temperatura del exterior. 
Un agradable ambiente se respiraba en la estancia, única habitación de que constaba el hogar de Joe. 

Tenía un altillo donde se hallaba un camastro al que se accedía por una tosca escalerilla de troncos, hecha de modo rudimentario, como todo lo que había dentro de la cabaña: una mesa, una silla y un balancín, en el que Joe se mecía leyendo y repasando los capítulos de su novela. 

También dedicaba algún tiempo a tallar. Siempre le había gustado hacer figuras de animales salvajes.

Tenía víveres para pasar un invierno tranquilo en compañía de su perro.

 El más bello de los canes. 
De pronto Mitrón dio un salto y se dio a una furiosa envestida contra la puerta que se hallaba cerrada con un fuerte travesaño de hierro que la cubría de parte a parte. Joe oyó unos arañazos sobre la parte exterior de la puerta. 
Se asomó a la ventana por la parte que quedaba al descubierto de la nieve y vio a un enorme oso pardo que intentaba tirar la puerta abajo.
Se apresuró a proteger la puerta con todo lo que tenía a mano, pero la fuerza descomunal del animal amenazaba con echarla abajo. 
Mitrón ladraba furioso. Se alzaba sobre sus patas traseras. Apoyando las delanteras en la puerta subido sobre la mesa y la silla.

Joe, con toda calma preparó su fusil. 
Apagó los leños que ardían en el hogar, y con la escalerilla se deslizó por la chimenea hasta el tejado de la choza. 

Lanzó unos metros más allá de donde se encontraba el animal un trozo de carne ahumada. 
El oso se dispuso a cogerla, momento que aprovechó Joe para con un certero disparo dejarlo abatido sobre la nieve.

Nunca antes había tenido oportunidad de tal cosa, pero el joven se dispuso a sacar la piel del oso intacta y lo consiguió con destreza inusitada.
 Trabajosamente lo hizo partes y lo guardó enterrado bajo la nieve. Sería un buen alimento para Mitrón.

La piel del oso quedó tendida en el exterior en la rama de un enorme abeto. Pronto lucia una blanca rigidez. Se había congelado.
Las noches eran eternas. Esa noche Joe no pudo pegar ojo. La tremenda soledad en que vivía, de pronto, se le hizo penosa. La huida de la gran ciudad, ahora le resultaba estúpida e irresponsable.
CONTINUARÁ



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