miércoles, 10 de febrero de 2016

LAS DOCTORAS



La doctora Alegría tenía una amiga muy entrañable, la doctora Dieta. Siempre que tenía un caso difícil de su especialidad, recurría a sus consejos de buena profesional. Les unía un gran afecto aunque a veces le resultaba incómodo seguir las normas que ésta le dictaba, sobre todo si le afectaba el problema de modo directo. Era estricta y severa en sus conceptos y nada flexible. O se hacía lo que mandaba, o te dejaba tirado sin miramientos. La doctora  Alegría era muy dada a las comidas copiosas. Su amiga, la doctora Dieta, le ponía sobre aviso:
--Mira, Alegría, los excesos nunca son buenos, tú deberías saberlo. No te dejes dominar por el placer del estómago --le decía-- Tengo una paciente, la señora Obesidad, que está pagando caro el placer de buen yantar, como diría Sancho Panza. Cuida tu dieta por el bien de tu salud.
--Oye Dieta, yo también tengo pacientes. La señora Anorexia, a la que veo con dificultad cuando viene, que no sé si se trata de un palillo chino, o de una fantasía óptica, también paga caro la carencia.
--Bueno, bueno, vamos a dejarnos de discusiones y vayamos al bulevar, he quedado con mi amiga Tranquilidad. Tomaremos un refresco, eso sí, de frutas del tiempo. Dijo Alegría
--Yo no iré –dijo Dieta--, cuando vamos las tres juntas me siento discriminada. Vosotras recibís los halagos y yo soy ignorada de un modo insultante. Decididamente no iré.

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