Era Elvira una joven hermosa. Tenía largas piernas, mirada bella y una piel transparente. Entre tantos encantos, uno sobresalía entre todos: (¡Su gran sexapill!). Atraía las miradas de niños y mayores allá por dónde pasaba. Pero algo tenía Elvira que rompía y daba al traste con tanto regalo de la madre naturaleza: su dentadura no era perfecta. Cuando habría la boca se producía un eclipse total de sus encantos. Se propuso plantar cara al revés de su fortuna, y se puso en manos de un dentista. Éste, hombre al fin, quedó impresionado cuando Elvira se presentó en su consulta. Se propuso poner remedio a aquella contrariedad. Anduvo comedido en el presupuesto, pero no tanto en otros temas. Cuando cubría a Elvira para sus manipulaciones profesionales dejaba las piernas fuera. La mujer del dentista en visita..., improvisada, se percató del detalle. Le incriminó y le indujo a cubrir por entero a la paciente. --¡Si lo hago por ahorrar celulosa! ¡¡Yo siempre actúo en plan ecologista! ¡Ya me conoces! --Decía el intercepto.
"¡Ahorra en las cosas importantes --Dijo la aludida--, en nimiedades no merece la pena!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario