jueves, 2 de enero de 2014

EL ALQUIMISTA

Fray Leoncio, andaba iluminado por la gracia Divina. Esto pensaba el resto de los hermanos, que, como no estaba permitido sentir envidia, admiraban sus muchas virtudes.




En las soledades donde se hallaba ubicado el convento la supervivencia era muy dura. Lejos de la civilización, perdido entre montes casi yermos, habitaban un grupo de hombres que habían decidido vivir sólo para el espíritu .
En el pico más alto de aquellos montes anidaban las águilas. Sus siluetas planeando por las alturas era algo muy común por aquellos lares.
El hermano fray Leoncio estaba al mando de la comunidad.
Como el hombre dispone, además de espíritu, de un cuerpo articulado y preparado para hacer infinidad de cosas, excavaron un túnel que conducía a unas vaguadas donde tenían su huerta. Rezaban recolectando los frutos de sus algarrobos, almendros, olivos e higueras. Los cantos gregorianos se hacían eco entre los montes; sólo los escuchaban las águilas Dios y ellos.

Gustaba fray Leoncio de subir al pico de las águilas; desde aquella altura hablaba mejor con Dios.    
Un día sintió la imperiosa necesidad de subir al monte. Después de los rezos matutinos,cruzó el túnel y subió a cumplir con la llamada del Señor.
Monte arriba, algo extraño le llenó de estupor y desasosiego; el llanto de un niño venía de lo alto; alzó la vista al cielo y, un águila planeaba con un niño entre sus garras.
Rezaba para que Dios le permitiera llegar a tiempo. Cuando el águila depositaba al niño en el nido, fray Leoncio se hizo con él. Tuvo que habérselas con ella, pero él  poseía algo que el águila nunca tendría, y ganó la batalla.

Sobra decir el impacto que causó ver llegar al fraile con un niño de tres años. Hubo consenso y el niño estaba predestinado, según ellos, a vivir y ser educado en el convento, y allí se quedó.
Los frailes, entre ellos, sólo hablaban lo estrictamente necesario, las reglas lo prohibían; para el niño no habían reglas, todos estaban atentos a su cuidado y educación.
  
Creció entre tinteros, manuscritos, pero sobre todo, entre los tubos y alambiques que usaba fray Leoncio  para sus ensayos de alquimia.
  Sus conocimientos eran vastos. Guardaba un secreto celosamente.
 Fray Leoncio ya acusaba el paso de los años; sus achaques le tenían muchas veces apartado de sus deberes y sus rezos.

Un día en la comida todos notaron cierto sabor extraño; nadie hizo ningún comentario. Al día siguiente, cuando todos se reunieron para maitines la alarma fue general. Todos habían rejuvenecido de un modo brutal. Alguien había descubierto la formula de la eterna juventud.

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