martes, 16 de abril de 2019

El balcón de bugambillas


 En un pueblecito de la costa, una cuna se mecía con la brisa marina  una  mañana de primavera. Desde el balcón poblado de exuberantes bugambillas se divisaba la dársena del puerto. Una incauta joven derramaba lágrimas que humedecían la cuna de su niño. Eran tiempos difíciles para una madre soltera. El chico del que se había enamorado era pescador
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 Un día,  una tormenta hizo zozobrar su barco. Nunca más se supo de él ni de su tripulación.  Quedó embarazada a meced de su familia que se avergonzaba de la situación. Se sentía rechazada por todos.
                                                 
El mar se divisaba desde el balcón de las buganvillas. Acunaba a su niño y  miraba cómo salían los barcos cargados hacía tierras lejanas. Un día marchó dejando tras de sí su hogar con brisas perfumadas de brumas del mar y jarales de los montes. Se llevaba a su hijo del pueblo discriminador de jóvenes incautas… Se enfrentaba a un futuro lleno de dificultades, incógnitas, misterios…
Quedó una cuna vacía. El viento la mecía en arrebatos de lágrimas derramadas. Nunca volvió. No se supo que avatares tuvo que afrontar ni qué fue de su niño.



En la torre del homenaje aparecieron nuevas insignias. No era feudal ni de regio linaje el señor de las nuevas huestes.  Quedaban lejos los tiempos en que las doncellas cubrían sus cabelleras con finos velos. Las que ahora paseaban por los salones del castillo, decorados con blasones, pendones y armaduras, lucían ajustados vestidos. Había una orquesta de afinados instrumentos  manejados por artistas especializados, como correspondía  a  tan destacado  anfitrión.
Resultado de imagen de imagenes de castillos con torreonesEl ambiente medieval contrastaba con el lujo derrochado por doquier. Coches de gran categoría, privilegio de unos cuantos. Joyas de valor incalculable. Se inauguraba el capricho de un genio mimado  por la fortuna. Se podía permitir comprar un castillo medieval y transportar a  decenas de invitados a miles de kilómetros de distancia para festejarlo. De prestancia varonil, su gran porte y su historial profesional sería un honor para cualquier nación  contar con su presencia. El genio, el artista, el señor que todo lo podía comprar, guardaba un secreto. 

Se miraba al espejo…  ¿Qué veía?:
Veía a un hombre enamorado de unos ojos negros clavados en su memoria que jamás podría encontrar. Un sueño que le tenía obsesionado por la frecuencia con que se repetía:   “Un balcón con buganvillas  y brisas perfumadas con jarales de los montes”
¿Dónde están esos ojos negros? ¿Dónde ese balcón de buganvillas?
Paseaba por su castillo en las noches de insomnio. Desde las almenas de su torreón, miraba los campos queriendo encontrar una respuesta a su inquietud, a su terrible ansiedad.  


 Decido a encontrar el balcón de sus sueños transitó ciudades y pueblos. Una noche  dormía  en el banco del jardín de unos ficus centenarios.  Los parterres de las rosas se deshacían en perfumes con el rocío de la noche. El caminante recorría caminos sin fin. Los pajarillos que dormían junto a él se contaban historias antes de alzar el vuelo.  Se decían unos a otros:
¿Con porte de gran caballero, y durmiendo en un banco del jardín?
—Tenemos un intruso 
—No temáis —decía el transeúnte— yo voy de paso. Busco un balcón con buganvillas, con brisas perfumadas con jaras de los montes.
La verja del jardín, que de noche se veía negra, de día se volvió dorada. Una mujer bella, de pelo negro, clavó sus ojos en los suyos y rompió  el  hechizo.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué un hombre como tú anda de transeúnte por la vida?  —Le dijo.
—Busco un balcón con buganvillas y una cuna que el viento mece. Noche tras noche aparece en mis sueños. No dejaré de buscar hasta encontrarlo.

—Yo te acompañaré en tu busca hasta que lo encuentres —le dijo—y vagaron por el mundo sin descanso hasta que un día, paseando por una villa rocosa con historias milenarias, la vista del balcón se hizo patente:
¡Allí estaba el soñado balcón!
Todavía se mecía la cuna con el golpe de los vientos. Las buganvillas  llenaban de colorido el lugar y se movían con la brisa del mar, despidiendo  perfumes de las jaras del monte.
¡Por fin lo encontré! Este es el balcón de mis sueños...
 —¡He vuelto!  Me acompañan unos ojos negros…  Más los de mis sueños...
—¡Tenían lágrimas de miel!     M.E. Rubio González



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