¡Oh, hermano San Francisco!
Hombre de vida sencilla.
Con tu hábito harapiento
hiciste la maravilla
de traer a los cristianos
peregrinando a tu villa.
Es sitio de peregrinos
tu lugar de nacimiento,
los cristianos te seguimos
con paz y recogimiento.
Es hermoso sentir cerca
esa energía que vibra
en torno a tu sepultura.
Todo mi ser se conmueve,
se siente tu alma pura.
Tu pueblo es monumento
que nos queda del medievo,
se vislumbran por tus calles
sombras lejanas del tiempo.
Sus piedras son madrigales
cubiertas de fresco helecho
que crece en las hendiduras
que va descarnando el tiempo.
¡Oh hermano San Francisco!
Que ya vives en el cielo,
nunca se acaba la magia
de tu vida y de tu pueblo.
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