lunes, 8 de abril de 2019

Conversando bajo la manta

. La noche era de lo más normal para la época del año que corría: odiosamente fría y muy desangelada.
 Las calles de toda la ciudad, —a pesar de estar excesivamente iluminadas—estaban solitarias. Ni las ratas  sacaban el hocico, por si se les congelaba.
En un rincón escondido entre parterres y setos de la glorieta, un indigente y una indigente se disponían a pasar la noche apretujados, uno contra otra, aportando al conjunto el propio calor de sus cuerpos. Se arrebujaban con una manta dentro de su cabañita de cartón, hecha a propósito.

—¿Cómo te has escapado de la recogida de indigentes?—decía el joven a la chica que se envolvía en la manta y que acababa de conocer de modo fortuito.  ¿Cómo te llamas?
—¿Para qué quieres saber cómo me llamo? —le respondió ella con gesto adusto. ¿Acaso te he preguntado cómo te llamas? Si te parece bien, antes de entrar en intimidades más profundas vamos a comer ese bocadillo que dices que has comprado y a echar un trago, porque... ¿has traído vino, verdad? —le contestó ella con aspereza.
—No. He traído coñac —le contestó el joven desarrapado —pero coñac del bueno. ¿A que no sabes cuánto dinero he recogido hoy?
—Si no me lo dices, no —dijo ella.
—He recogido... ¡Cien euros! —contestó él.
—¡Qué barbaridad! me Podrías haber invitado a dormir en una pensión —adujo ella —con las ganas que tengo  de coger un colchón caliente, en una cama decente, en una habitación con un cuarto de baño... más o menos en condiciones...Y hablando de todo un poco, tú, ¿por qué estás en la calle... tirado?
—¿No me has dicho que antes de intimidades a comer el bocadillo? —dijo él sacando los bocadillos de la bolsa. Anda, toma y come. —Le replicó irritado. Y, ojo con meter la mano donde no debes meterla. Que he visto como te brillaban los ojos cuando te he dicho el dinero que he recogido.
—Noo sese hable más —tartamudeo ella —venga el bocadillo y a comer. Y prepárate para ir a comprar unas castañas asadas calientes para el postre, que mañana tendrás que regalarme algo bueno si quieres que pasemos la noche juntos. Ah...y otra cosa... pasa por los servicios de la estación de autobuses y lávate, que pareces el hombre de las cavernas. Ya no se sabe a qué hueles.
—!Mira, quién vino a hablar! —refunfuñó él—, ¿a caso has creído que tú hueles a rosas? ¿Y que eres la reina de las violetas? Pues que sepas que vas dejando un tufillo que se sabe donde estás a cien metros de distancia.
—¡No te enfades, que la noche es larga! trae ese coñac para acá... A mí ya no me queda bocadillo, ¿y a ti? —adujo ella con mejor talante.
—Él, alargando la botella del coñac dijo: vamos a callarnos... que como se den cuenta de que estamos aquí... vendrán, nos recogerán y nos llevarán al albergue.
—¡Al albergue no! ¡Qué manía tienen...! —¿Por qué no la dejarán a una vivir su vida en paz?— Tú crees que si yo quisiera vivir de otra manera, ¿no buscaría la forma de hacerlo? Los vagabundos somos necesarios en esta vida: el estímulo, el ejemplo para la gente que nos ve. Se sienten generosos y buenos cuando nos ayudan, y se animan a trabajar duro para no verse en nuestra misma situación... Somos muy necesarios para que los demás se sientan ricos por pobres que sean.
—Anda, echa otro trago y arrímate pacá—dijo él— que me has salido muy filósofa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MAMÁ OSA PERIPITOSA

En la casita del bosque todo iba bien. Las gallinas ponían sus huevos en una cesta y mamá osa los llevaba al mercado. Sería bonito pensar q...