Era una noche estrellada de verano. A pesar de ser entrada la madrugada, el calor se hacía notar. La familia al completo, compuesta por cuatro hijas y el matrimonio de José y de Josefa, esperaban que la noche apaciguara el bochorno que se notaba en los dormitorios, a pesar de tener las ventanas abiertas, para retirarse a descansar. Sin más alumbrado que el que venía de las estrellas, charlaban sentados a las puertas de su casa.
Se hallaba ésta en el llano, cerca del monte. Cantaban los grillos y las cigarras como música de fondo.
El ladrido de Fani, una perra de raza Pastor alemán, y el relincho de su caballo, de pura raza española, que tenía por nombre, Mágico, les puso sobre aviso de que alguien se acercaba. Entraron de inmediato a la casa y cerraron la puerta con mucho temor. Los vecinos más cercanos estaban a dos kilómetros de distancia. No era muy frecuente, pero se habían dado casos de asaltos a los escasos habitantes de aquellas soledades.
José, dispuesto a defender a su familia, dispuso su escopeta. Las niñas se encerraron en su cuarto. Temerosas, encendiendo una velita a una imagen de la virgen del Carmen que tenían en una hornacina hecha en un hueco en la pared, se pusieron a rezar.
En el gallinero, las gallinas formaron un gran alborozo, desacostumbrado a aquellas horas de la noche. Hasta el gallo se puso a cantar.
Josefa, toda amedrentada, se dispuso con apremio a guardar las ristras de ajos y de cebollas que tenía en el cobertizo del patio. También guardó las obleas puestas a secar, y las almendras, provisiones que se hacían de los cultivos de verano para pasar el invierno. ¿Quién será? Se preguntaba. Hacía meses que no pasaba nadie por allí.
Nadia, la hija más pequeña, se subió al palomar. Las palomas, asustadas al recibir a la intrusa, salieron en bandada por los huecos de escape aleteando y tropezando unas con otras en la oscuridad de la noche.
Elena, la mayor de las hermanas, abrió la trampilla que conducía al aljibe seco que estaba debajo de su cama y que sus padres habían habilitado para conservar allí las provisiones para el invierno. Llamó a sus hermanas para que se ocultaran allí con ella, y viendo que faltaba Nadia, salió en su busca.
Cuando la encontró, comenzaba a rayar el día. Primero todo se tiñó de rojo. Después, fue apareciendo el disco solar en el horizonte.
Cuando fueron a la cuadra, Mágico no estaba. Había desaparecido. No sabían cómo, pero se había esfumado. Quedaron anonadados.
Se consolaban unos a otros todavía amedrentados.
Las palomas habían vuelto al palomar.
M.E.Rubio González
Las palomas habían vuelto al palomar.
M.E.Rubio González
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