Toda la casa olía a humo. Los
perros ladraban de una manera inquietante, como si quisieran avisar de un
peligro certero. El visitante, sin dar muestra de inquietud alguna, seguía
repasando con insolente insistencia la anatomía de Andra. Ella, era consciente
de ir adecuadamente vestida, pero la mirada de aquel intruso le hacía sentir
como si fuese desnuda.
No pudo calcular el tiempo que pasaron en aquella
embarazosa situación: él, mirando, ella, aguantando los deseos de gritar con
todas sus fuerzas y salir corriendo, pero el sentido común, del que andaba bien
dotada, le decía que aguantase, porque aquella situación no tenía
más remedio que acabar en cuestión de segundos, ya que hasta sus oídos había
llegado el peculiar chasquido que producían los pasos de Fredi al pisar las
gravillas de la entrada.
Se mantuvo expectante. Veía que aquel bribón, estaba
por lanzarse sobre ella. Sólo pensarlo le ponía los bellos de punta; estaba
preparada para soltarle un fuerte puntapié en la parte más sensible del género
masculino.
--¡No vivas sola en ese caserón solitario! –Le había dicho su
madre.
Ella, que siempre había hecho gala de ser una obcecada, se sentía capaz de todo. Hizo caso omiso a las recomendaciones de su madre; se había empeñado en habitar la casa que la tía abuela Gertru le había dejado en herencia.
Ella, que siempre había hecho gala de ser una obcecada, se sentía capaz de todo. Hizo caso omiso a las recomendaciones de su madre; se había empeñado en habitar la casa que la tía abuela Gertru le había dejado en herencia.
Se hallaba ésta en un paraje solitario en la
vaguada de un monte. Estaba edificada sobre el curso de un pequeño torrente
sobre el cual hacía puente pasando éste justo por debajo. La casa se abastecía
de sus aguas. Había de servirse de una polea que hacía subir y bajar el cubo,
según estuviese vacío o lleno.
El caserío no quedaba muy lejos. Las gentes
sencillas y de muy sanas costumbres eran acogedoras. Andra acababa de sufrir
la ruptura de su relación con Pablo. Había sido muy frustrante. Después de seis
años juntos, apoyándole para que terminase la Carrera de Derecho, un día le
encontró con su amiga Mega, en su propia cama.
Esta situación, le había llevado
a querer ir a vivir por un tiempo a su casa heredada en el campo. Ahora, se
hallaba en la embarazosa situación de un asalto. No comprendía, cómo aquel
delincuente había podido evadir la vigilancia de “Deco” y “Tala”, sus dos perros
dobermann.
El individuo en cuestión, era
un gañán del que no sería fácil deshacerse ni plantarle cara. Con la rapidez
del relámpago cambió por completo su actitud agresiva y asustada por la más
sensual de las sonrisas. De modo sumamente provocativo, subió los brazos
soltando el lazo que sujetaba su vestido al cuello. Éste, resbaló yendo a parar
a sus pies, dejando libre su figura de escultura griega. Desató
la cinta que sujetaba su melena impresionante. La meció sonriendo al
indeseable y se le fue acercando provocativa.
La respuesta no se hizo esperar:
el gañán hizo ademán de abalanzarse, momento que aprovechó Andra para meter la rodilla
en su entrepierna y los dedos índice y corazón de su mano derecha se clavaron
con fuerza en los ojos del maleante que cayó dando gritos de dolor.
Acto
seguido apareció Fredi, el joven médico que pasaba consulta en la aldea con el
que había entablado amistad:
--¿Qué es esto?--dijo Fredi, y, de modo instintivo, golpeó al maleante en la cabeza con un bastón que había en el paragüero, dejándolo inconsciente.
Andra se apresuró a vestirse,
ruborizada y nerviosa. En pocas palabras explicó lo sucedido.
Con una cuerda
ataron al delincuente, que recuperó la consciencia dando gritos y soltando
improperios a diestro y siniestro.
--Ya ves, Andra, aquí corres peligro. --Le dijo Fredi tratando de aconsejarle que se fuera a la ciudad.
--¡Ni cien gañanes que se me pongan delante me van a impedir que haga aquello que a mí me plazca.
"Y, colorin colorado, este cuento se ha acabado"
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