Arnalia meditaba sobre esta reflexión de Sócrates. Colgaba de su brazo derecho la funda que envolvía un traje de novia maravilloso que le había llevado meses encontrar.Todo estaba listo para la ceremonia de su boda con Fedel. Dejó con displicencia el vestido sobre la cama y anduvo pensativa de acá para allá, no podía apartar de su mente el comportamiento de su novio la noche anterior, mirando con embeleso a su primo Engel. Era este una belleza masculina: alto, rubio, de complexión atlética, tenía una mirada que atraía. Desde que llegara a la fiesta anduvo Fedel mariposeando tras él sin atender otra cosa que no fuese complacerle y aplaudir todas sus ocurrencias, como mosca que intenta comer del plato con miel.Por más que lo pensaba no podía comprender los cambios que se habían producido en su interior con respecto a sus sentimientos por Fedel. La carcoma de la desconfianza había puesto una semilla en su ánimo que amenazaba con destrozar su equilibrio emocional.En algunas ocasiones había observado en su novio cierta sospechosa atracción por seres de su mismo sexo, pero pronto desechaba esa idea tachándose a sí misma de celosa compulsiva; era él tan apasionado, tan habilidoso para los juegos amorosos que se sentía culpable por pensar en cosa tan distorsionada; pero después de lo visto la noche anterior se veía obligada a averiguar y si sus sospechas tenían fundamento.
La llamada del móvil la sacó por un momento de sus cavilaciones. Al alargar el brazo el vestido de novia fue resbalando hasta caer al suelo. Arnalia Sintió un escalofrío. Le pareció un mal presagio.Una ráfaga de viento frío sacó el lindo traje por la ventana abierta. Siguió volando hasta posarse sobre la rama de un árbol donde quedó atrapado. Se asemejaba al suicidio de un fantasma. El viento lo mecía a impulsos rítmicos y pausados. De pronto, sonaron las notas del Nocturno número nueve de Chopin. Una tristeza inmensa hizo presa en su alma. Vacío. Quiso llegar hasta la rama del árbol donde su vestido de novia se balanceaba, pero desde su ventana no llegaba hasta él. La música seguía sonando y sonando. Las lágrimas brotaron como torrentes de sus ojos. Sentada sobre la cama se fue despojando de la ropa que llevaba puesta, deseando que un huracán arrancara el traje tan vaporoso que cualquier ráfaga hacía volar. Que desapareciera para siempre, y dormir eternamente.
Un leve roce en sus labios la hizo volver del sopor que la había mantenido aturdida y ausente. La dulce miel de los besos y la sensación de ser poseída con la más tierna pasión le devolvió la certeza de que Fedel era el hombre de su vida. Se sentía feliz en sus brazos y le amaba y le aceptaba tal como era. Con él pasaría el resto de su vida... o no. Eso nunca se sabe ahora.
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