Adel era un niña traviesa a la que le gustaba caminar descalza. Su abuela le decía siempre que no lo hiciera. Se ensuciaba los pies y se podía lastimar
Un día que dormía en casa de su abuela, Adel le pidió que le contara un cuento.
Su abuela, que la quería mucho y siempre la complacía. La sentó sobre sus rodillas y empezó a contar este cuento:
Gachitas, era pequeña, menuda, y nadie sabía por qué la llamaban así, porque su verdadero nombre era Adel.
¡Buenos días cabritas! —Les decía.
¡Buenos días...días...días...! —El eco le contestaba.
Una mañana que la niebla había bajado tanto que no se veía ni el monte ni las cabritas, Gachitas salio descalza a buscarlas. Una espina se clavó en uno de sus piececitos y le salía mucha sangre.
Gachitas se asustó, pero no lloraba, porque ella era una niña fuerte. Se sentó a la orilla de un camino pedregoso a esperar a que alguien pasara y la encontrara allí.
La anciana Marusa, que buscaba setas para hacer su comida, pasó y la vio.
—¿Qué haces aquí, niña, cómo te llamas?—Le dijo.
Gachitas casi no podía hablar de lo asustada que estaba. Empezó a tiritar de frío.
La anciana Marusa le puso su toquilla, la tapó y la llevó a casa.
Su mamá, cuando entró en su habitación y vio que no estaba, se había asustado mucho, y la estaba buscando. Se alegró tanto de verla y le daba besos. —No te vayas más de casa solita —le dijo —y siempre te pones las zapatillas al bajar de la cama, porque los pies se lastiman sin ellas y se ensucian.
Si te ha gustado el cuento ya sabes, nunca salgas descalza ni te vayas de casa sola. Si te pierdes y no está la anciana Marusa alguien te puede llevar lejos de casa.
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