Francisca era una hormiguita fuera de lo común, no le gustaba trabajar. Le gustaban mucho los caramelos de miel.
Vivía en un hormiguero situado en medio del campo, allí no había caramelos de miel, pero un día que merodeaba buscando algo que llevar al hormiguero, encontró un caramelo de miel que alguien había perdido por allí.
Quiso cargarlo, pero era demasiado grande y no pudo. Se sentó a esperar que pasara alguna compañera para solicitar su ayuda, y mientras tanto, comenzó a comer del caramelo que se derretía con el calor de los rayos del sol.
Estaba tan rico, que ella comía y comía sin parar. Su abdomen se fue haciendo grande, grande. Sus patitas que antes eran diminutas, se alargaban y alargaban, de manera que se convirtió en una hormiga desproporcionada y obesa.
Asustada, corrió hacia el hormiguero, pero no pudo entrar, su cuerpo de tan gran volumen no cabía por la puerta.
Sus amigas pasaban por su lado y no la reconocían. Cuchicheaban y decían: ¡Quién será esta hormiga tan gorda!
—¡Soy yo, Francisca! ¿No me conocéis? Y Francisca lloraba y se arrepentía de haber comido tanto caramelo.
Se dispuso a subsanar su error. Hizo dieta y deporte.
Con mucho trabajo y sacrificio, consiguió recuperar su figura. Se prometió a sí misma no ser golosa y alimentarse de comida sana en proporciones adecuadas. Nunca más se sobrepasó ni comió más chucherías.
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