Alguien amante del senderismo y las soledades vigilaba intrigado el devenir de los visitantes de "la casa de muñecas". La había descubierto por azar un día que se hallaba perdido. Todo sucedió del modo más inesperado. Tenía la sospecha de tener que dormir esa noche a la intemperie cuando apareció ésta ante sus ojos y le dejó fascinado. Estaba situada en medio de una isla bordeada por un riachuelo que después de envolverla toda seguía su curso perdiéndose en el bosque. La vegetación que bordeaba el curso del hilito de agua se hallaba en una floración de eterna primavera donde las mariposas viajeras tenían su lugar de reposo.
Tenía la casa un diseño en forma de seta, toda blanca, y sus ventanas eran como puntos rojos al igual que sus dos chimeneas. Trató de abrir la puerta y ésta cedió libremente, dejando ver su interior sorprendente: todo era minúsculo. La mesa de tamaño reducido rebosaba de bombones. Y, lo más extraño, por todos los rincones, las camitas, hasta en la chimenea había lindas muñecas... rotas.
Decidió averiguar el misterio que le tenía intrigado y desde la distancia adecuada, oculto para no ser visto, fotografió al misterioso piloto que entraba dejaba el recado y se marchaba.
Resultó ser un personaje conocido por su trayectoria y por su gran fortuna. Siguió con sus pesquisas pudiendo comprobar que, visitaba con frecuencia ciertos paraísos y traía de recuerdo... "Muñecas rotas"
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