La joven Andrisa había nacido coqueta. Miraba con ojos cálidos y al andar se contoneaba.
Su abuela le decía:
-Ten cuidado, Andrisa, que no sólo la boca habla. Los andares dicen lo que piensas... lo que sientes.
--¡Abuela! ¡Por favor no me reprimas!--, No me controles, déjame ser yo misma.
--No, Andrisa--, ¡Nunca serás obra acabada! Siempre estamos inmersos en la construcción de nosotros mismos y también en la reconstrucción. No te venzas a las banalidades. Hay cosas que cuidar, sobre todo pensar que, tu felicidad futura, cuando llegues a la ancianidad, será mirar atrás y no tener nada que reprocharte.
Así un día y otro día, la abuela trataba de hacerla comprender la verdadera esencia de la vida; pero la
joven llevaba dentro algo difícil de controlar:
Inexperiencia, juventud, la llamada del instinto que se manifestaba cuando reía, cuando andaba. Todos leían como en un libro abierto lo que sentía, lo que pensaba, o por lo menos eso creían pues, era incapaz de nada indigno. Muchas veces las apariencias engañan. ¡Qué importante cuidar las apariencias, niña!
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