En el país de las hadas había una intrusa. Bajo su blanco vestido de estrellas, escondía otro, negro, sucio, de áspera tela tejida por todas las brujas del infierno. ¿Qué pretendía introduciéndose en un lugar que siempre le había sido vedado? ¿De qué ardid se había valido para que sus negros dientes puntiagudos ahora fuesen delicadas perlas? Y su pelo canoso, de lacios mechones grasientos, ¿quién lo había convertido en melena de rizos rubios, propia de los Querubines?
El pacto se hizo en una noche que parecía no tener principio ni fin. El Señor de las tinieblas, que acostumbra soplar tormentas en tenebrosas y gélidas almas, arrancando ventiscas y sembrando el desaliento y el infortunio, le hizo la propuesta:
—Te convertiré en el ser más bello que jamás ha existido, si eres capaz de introducirte entre las hadas y las corrompes a todas.
¿Quién podría resistirse a algo así? Tener delicadas manos en vez de feos apéndices ennegrecidos con uñas como garfios. Esbelta figura con la perfección de una escultura griega, elocuencia propia del más cultivado lenguaje...
El pacto fue sellado con danzas diabólicas. Acudieron todos los malos engendros que habían existido desde el principio de los tiempos. Todos apostaban por la desaparición de los colores, del amor en todas sus esencias y la aparición de la maldad entre todos los seres.
Ellos sabían que siempre ha habido y habrá diferencias. Existe el bien y mal.
En el grupo de las hadas fue acogida con honores de princesa. Hasta en el país de las hadas, la belleza deslumbra y abre puertas. Las jerarquías se instalan donde es preciso organizar comunidades. Dotada de poder por las artes maléficas, pronto llegó a los puestos de mayor relevancia.
Tendía su tela de araña esperando atrapar adeptos.
Los tiempos avanzan —decía— hay que modernizarse. ¡Fuera los recatos que nos hacen pusilánimes y no nos dejan disfrutar de nada! Las hadas tenemos que exigir nuestros derechos. Se acabó el hacer de modo altruista que no nos reporte beneficios. A Las hadas ancianas que necesiten reciclaje se les prepara una isla desierta y las depositamos allí. Sobre todo hay que adaptarse a las corrientes de disfrute sin límite de lo permitido y de lo prohibido.
Los tiempos avanzan —decía— hay que modernizarse. ¡Fuera los recatos que nos hacen pusilánimes y no nos dejan disfrutar de nada! Las hadas tenemos que exigir nuestros derechos. Se acabó el hacer de modo altruista que no nos reporte beneficios. A Las hadas ancianas que necesiten reciclaje se les prepara una isla desierta y las depositamos allí. Sobre todo hay que adaptarse a las corrientes de disfrute sin límite de lo permitido y de lo prohibido.
¡Daba conferencias con una elocuencia que arrastraba a las masas!
El maligno la visitaba con frecuencia. Ella le decía:
—Veo a algunas que se salen de los contenidos de sus normas.
¡Creo que avanzan nuestros propósitos...!
—Veo a algunas que se salen de los contenidos de sus normas.
¡Creo que avanzan nuestros propósitos...!
Un día en que daba una conferencia al aire libre, una ventisca le arrebató un trozo de vestido quedando al descubierto parte del mugriento que llevaba debajo. El maligno que andaba cerca quiso arreglar el entuerto, con tan mala fortuna, que a la falsa hada se le fue la peluca y los dientes también salieron por los aires.
Fue algo siniestro. Para que nadie la viera, el maligno puso a su ejército de demonios delante del sol. Todo quedó sumido en la oscuridad.
A las hadas, que ya estaban mosqueadas de sus convicciones tan revolucionarias, se les aclararon las ideas. Encendieron todas las luces de sus vestidos y empezaron a zurrarle con sus varitas hasta llevarla a las puertas del infierno.
Es de suponer lo que le harían dentro. Lo que se oía desde fuera no eran precisamente músicas ni cantos. Había algo parecido a rechinar de dientes.
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