Lo recuerdo
como si fuera ayer. Sonaba muy suave una sucesión de canciones que
me transportaban a tiempos lejanos de mi infancia, cuando mi abuela
mojaba una rebanada de pan con vino, le ponía una buena capa de
azúcar, y me la daba para merendar.
Era ella una
mujer blandita y tierna, siempre sonreía. A mí, me gustaba subir a
su regazo, tibio y mullido. Cuando me rodeaba con sus brazos, yo,
sentía algo que me adormecía y quería quedar allí,
arrebujada y
segura. El sopor me lo produciría el pan con vino y azúcar.
—Cuéntame un
cuento —le decía. Y ella, desgranaba en mi oído un entramado de
historias que hilaba unas con otras de osos que se subían sobre
caballos voladores y peces que salían del río para comer
margaritas.
También me
enseñaba a rezar. Casi no sabía hablar, y ya rezaba el Padre
Nuestro, y la oración al ángel de la guarda antes de ir a dormir :
Ángel
de la guarda
dulce
compañía
no
me desampares
ni
de noche ni de día.
Cuatro
esquinitas
tiene
mi cama,
cuatro
angelitos
que
me acompañan.
Con
Dios me acuesto
con
Dios me levanto
la
virgen María
y
el Espíritu Santo.
¡Sí,
han quedado lejos... lejos y olvidados los tiempos de mi infancia!
Aunque en mis recuerdos vivirán para siempre.
María Encarna Rubio
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