La cabaña tenía rústica apariencia, tan rústica como el entorno que la circundaba. Después de tres días deambulando sin rumbo, perdida, comiendo frutos silvestres, la encontró Cora en un claro del bosque.
Habían salido de caminata de un pueblecito perdido entre kilómetros y kilómetros de bosques intrincados, sin claros para el respiro, el que el turismo rural había convertido en lugar elegido por amantes de la naturaleza para pasar sus vacaciones.
Ella, venía del norte del país. Se jactaba de ser experta en orientación y con autosuficiencia para desenvolverse en lugares como aquel, altamente complicados para cualquier neófito visitante.
Buscando no sé que variedad de hongo comestible, sin apenas advertirlo se había separado del grupo confiada cuando hacían un alto en el camino.
Marcharon los compañeros sin echar de menos su presencia y quedó a merced de sus propios medios para salir de aquel avatar.
Anduvo durante un largo día dejando marcas a su paso, lo que le daba la devastadora evidencia de que estaba caminando en círculo.
Con miedo en el cuerpo suficiente para no olvidar jamás la experiencia, buscaba lugares protegidos para pasar la noche en un bosque donde los altos pinos piñoneros era la variedad predominante. La maleza, espesa y sin fisuras, hacía difícil detectar la fauna autóctona del lugar. No quería pensar en algo que sabía su subconsciente: estaba atravesando una situación muy comprometida.
Por suerte para ella, abundaban las piñas esparcidas por doquier repletas de los sabrosos piñones además de los arbustos que producen el fruto del arándano, al que atribuyen propiedades medicinales optimas para la salud.
Al tercer día, sucia, exhausta, cansada de vagar sin rumbo, en un claro del bosque encontró aquella cabaña. Parecía que las Valquirias la habían construido para que ella tuviese un lugar donde reposar extenuada.
Se acercó un poco temerosa: ¿quién habitaría aquel solitario lugar?
Intentó golpear la puerta con los nudillos de su mano y acto seguido la puerta cedió con un suave chirriar sobre sus goznes.
Quedó al descubierto el interior donde unas crepitantes llamas daban calidez a la estancia. Todo parecía sacado de un cuento de hadas: la mesa y las sillas hacían conjunto en su estilo rústico con una alacena que contenía vajilla y utensilios para el servicio de una mesa. Otro armario contenía conservas y víveres para satisfacer las necesidades del sibarita más exigente...
¡Y, lo más sorprendente! Un lujoso cuarto de baño con todos los productos necesarios de la más alta calidad...
¡Bueno, bueno, bueno! ¿Qué es esto? -Decía para sí. ¿Dónde está el dueño?
Salió al exterior. Anduvo queriendo averiguar algo que le aclara la incógnita. ¡Nada! No encontraba a nadie ni indicios.
Después de largo rato meditando sobre el proceder más sensato llegó a la conclusión de que sus necesidades eran acuciantes y la solución se la servían en bandeja. Entró de nuevo y cerrando la puerta con todos los pestillos que poseía preparó un baño relajante con sales perfumadas de jazmín. Después, abriendo el armario que estaba preparado con perfectas ropas deportivas se vistió con chándal de alta gama. Saboreando el momento a pesar de que su hambre le acuciaba, preparó su refrigerio al gusto y con apremio por el cansancio que la agitaba, se tendió en el sofá, frente a la chimenea, quedando profundamente dormida.
No podía precisar el tiempo transcurrido. La despertaron los trinos de los pájaros y se encoraba perfectamente descansada y lúcida, tanto, que pronto detectó el sonido de las aspas de un helicóptero que trataba de tomar tierra no lejos de la cabaña. Descorrió todos los pestillos de la puerta y salió al exterior para averiguar de qué se trataba.
Dos mozos fornidos con andar marcial y con amplia sonrisa de anuncio se dirigían hacia donde ella se encontraba:
-¡Por fin la encontramos! ¿Está usted bien? La hemos buscado desde su desaparición. Nuestras pesquisas nos han traído hasta este lugar de refugio que la empresa del hotel tiene preparada para casos como este. ¿Está dispuesta para volver?
La expresión del rostro de Cora no dejaba lugar a la duda. No lo estaba. Después de haber sentido el perfecto idilio con el bosque no pensaba desaprovecharlo.
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