La pulguita Antonia tenía sus preferencias, a pesar de ser una pulga, ella no picaba a cualquiera. Debido a su gusto por lo selecto pasaba mucha hambre. Ya no se ponían a tiro ni ministros ni escritores, que eran sus preferidos.
Su abuela le aconsejaba que se acomodara sobre un perro fox terrier, pero ella le decía que prefería morir de hambre antes que picarle a un perro.
--¡Mira que entre los rizos de un fox terrier se vive bien, --le decía al verla dar tropezón tras tropezón y saltar cada día más corto.
--A ese paso, tú, no alcanzarás ni a un gato recién nacido. Pero ella, que no, y que no. Se había empeñado en instalarse en la axila de un músico trompetista.
--¡Qué poco sabes y qué poco romántica eres! ¡No te pareces a mí en nada. Si por lo menos fuera pianista o violinista..., ¡pero, hija, trompetista! ¡Si no tiene melodía! ¿Qué te dice a tí un trompetista?
--¡Nada, abuela! Pero, no sé por qué, me da la impresión de que la sangre de un trompetista, ha de ser más dulce que la de un pianista o un violinista.
--¡Ay! ¡Qué fantasiosa eres, hija mía! Creo que en la familia no ha habido una pulga tan tonta como tú.
¿No sabes que en los tiempos que corren las axilas reciben rociadas de productos muy perjudiciales para nuestra salud? ¡Chica, coge un perro ahora que todavía puedes! No quieras subir tan alto, que cuanto más alto subes, más fuerte es el porrazo!
--¡Ay, abuela, que pesada eres! ¡Déjame vivir mi vida! Te aseguro que, si no es de mi gusto, no voy a picar a nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario