LÁGRIMAS DE MIEL
Una cuna se mecía con la brisa marina una mañana de primavera. Desde el balcón poblado de exuberantes bugambillas se divisaba la dársena del puerto. La incauta joven, al pie de la cuna, derramaba lágrimas que humedecían la cuna de su niño. Había caído en la trampa que la naturaleza tiende los que se enamoran. Se había atrevido a entregarse a un hombre sin pasar antes por el altar. El joven, faenando ,trabajaba en un pesquero.
Un día, una tormenta hizo zozobrar su barco. Nunca más se supo de él ni de su tripulación. Una joven embarazada quedó sin amparo. Su hijo destinado a ser un genio recordado por siempre, nacería de madre soltera.
Tiempos difíciles para cometer ese pecado. La familia, avergonzada, otorgaba sin otra opción. ¡Una mancha en la familia!
Años de intachable reputación tirados por la borda.
Sentía sobre sí las miradas de rechazo cuando caminaba por las calles del pueblo de empinadas cuestas. También las lascivas de algunos que pensaban en ella como presa fácil de conseguir por el hecho de tener un hijo siendo soltera. Las vecinas evitaban mirarla cuando pasaba cerca.
Tiempos difíciles para cometer ese pecado. La familia, avergonzada, otorgaba sin otra opción. ¡Una mancha en la familia!
Años de intachable reputación tirados por la borda.
Sentía sobre sí las miradas de rechazo cuando caminaba por las calles del pueblo de empinadas cuestas. También las lascivas de algunos que pensaban en ella como presa fácil de conseguir por el hecho de tener un hijo siendo soltera. Las vecinas evitaban mirarla cuando pasaba cerca.
.
El mar se divisaba desde el balcón de las buganvillas. Acunaba a su niño y miraba cómo salían los barcos cargados hacía el Nuevo Mundo. Un día marchó dejando tras de sí brisas perfumadas de brumas del mar y jarales de los montes. Se llevaba a su hijo del pueblo discriminador de jóvenes incautas… Se enfrentaba a un futuro lleno de incógnitas, misterios…
Quedó una cuna vacía. El viento la mecía en arrebatos de lágrimas derramadas. ¿Es justo arrebatar de manera tan cruel el inmenso placer de ser madre? ¿Sabemos de qué se vale la naturaleza para crear un genio? Cada ser humano que nace puede serlo. No importan los documentos previos. Esperemos expectantes respetando a toda mujer que se expone para que surja ese milagro.
En la torre del homenaje aparecieron nuevas insignias. No era feudal ni de regio linaje el señor de las nuevas huestes. Quedaban lejos los tiempos en que las doncellas cubrían sus cabelleras con finos velos.
Las que ahora paseaban por los salones del castillo, decorados con blasones, pendones y armaduras, lucían ajustados vestidos que modelaban su figura y dejaban adivinar sus torneadas piernas. Había una orquesta de afinados Instrumentos manejados por artistas especializados, como correspondía a tan destacado anfitrión.
El ambiente medieval contrastaba con el lujo derrochado por doquier. Coches de gran categoría, privilegio de unos cuantos. Joyas de valor incalculable. Se inauguraba el capricho de un genio mimado por la fortuna.
Se podía permitir comprar un castillo medieval y transportar a decenas de invitados a miles de kilómetros de distancia para festejarlo. De prestancia varonil, su gran porte y su historial profesional harían sentirse orgullosa a cualquier nación de contar con su presencia. El genio, el artista, el señor que todo lo podía comprar, guardaba secretos.
Se miraba al espejo… ¿Qué veía?:
Veía a un hombre enamorado de unos ojos negros clavados en su memoria que jamás podría encontrar. Un sueño que le tenía obsesionado por la frecuencia con que se repetía: “Un balcón con buganvillas y brisas perfumadas con jarales de los montes.”
--¿Dónde están esos ojos negros? ¿Dónde ese balcón de buganvillas?
Paseaba por su castillo en las noches de insomnio. Desde las almenas de su torreón, miraba los campos queriendo encontrar una respuesta a su inquietud, a su terrible ansiedad.
El transeúnte dormía en el banco del jardín del los ficus centenarios. Los parterres de las rosas se deshacían en perfumes con el rocío de la noche. El caminante recorría caminos sin fin. Los pajarillos que dormían junto a él se contaban historias antes de alzar el vuelo. Se decían unos a otros:
—Tenemos un intruso
—No temáis —decía el transeúnte— yo voy de paso. Busco un balcón con buganvillas, con brisas perfumadas con jaras de los montes.
La verja del jardín, que de noche se veía negra, de día se volvió dorada. Una mujer bella, de pelo negro, clavó sus ojos en los suyos y rompió el hechizo.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué un hombre como tú anda de transeúnte por la vida? —Le dijo.
—Busco un balcón con buganvillas y unos ojos como los tuyos.
—Sal de tus sueños, yo te ayudaré. Encontraremos juntos jarales y ese balcón que, con sus brisas marinas, te hará sentir fantasías sin fin. Soñaremos que navegamos para encontrar un castillo donde tú crearás cuentos fantásticos que asombrarán al mundo.
Un día, paseando por una villa rocosa con historias milenarias, la vista del balcón se hizo patente.
¡Allí estaba el soñado balcón!
Todavía se mecía la cuna con el golpe de los vientos. Las buganvillas llenaban de colorido el lugar y se movían con la brisa del mar, despidiendo perfumes de las jaras del monte.
-No llenaré mi balcón de ánforas milenarias, ni glorias de estos tiempos, —se decía—. Se secaron con los vientos las lágrimas derramadas sobre mi cuna. Daré mi fruto al lugar dónde encontré cobijo.
—¡Encontré el balcón de mis recuerdos!
—¡En mis recuerdos lo guardaré en arcón cerrado con siete cerraduras!
—¡He vuelto! Me acompañan unos ojos negros… Más los de mis sueños...
—¡Tenían lágrimas de miel!
No hay comentarios:
Publicar un comentario