Jadeante, iba pedaleando a toda prisa, con todo el ímpetu que me permitían mis cansadas piernas.
Las nubes amenazaban lluvia y en un largo trecho no se veía lugar donde guarecerse.
Había bancales a ambos lados del camino con sus cultivos de distintas hortalizas: lechugas, alcachofas, coliflores y varías clases de plantas aromáticas.
El viento arrancaba al pasar aromas embriagadores. Una golondrina surcó los vientos, rauda.
Aparqué mi bicicleta, saqué mi bloc de notas, y me dispuse a dar rienda suelta a la inspiración que su paso había provocado en mi interior:
Dime, golondrina bella,
tú que viajas y vuelas...
¿Has visto mi amor volando
por otras tierras?
Peregrina vas y vienes,
surcando valles y mares,
buscando para ser feliz
al amor que aquí dejaste.
Yo bien quisiera tener
alas para desplazarme
y con él reencontrarme.
No pude seguir escribiendo. No fue falta de inspiración: fue la lluvia que comenzó a caer con fuerza.
No pude seguir escribiendo. No fue falta de inspiración: fue la lluvia que comenzó a caer con fuerza.
Toda mojada, con mi blog de notas estropeado por las gotas de agua que caían, se me ocurrió refugiarme en un cuartucho casi en ruinas que había en unos bancales de coliflores.
Me sorprendió encontrar una chimenea encendida cuando hube entrado dentro.
Me sorprendió encontrar una chimenea encendida cuando hube entrado dentro.
Era una estancia pequeña y no había nadie allí. Tenía un camastro en un rincón. Estaba desaliñado y había una guitarra encima que parecía estar dormida después de un arduo trabajo. Tenía una cuerda rota.
Quedé frente a la entrada mirando cómo llovía.
Quedé frente a la entrada mirando cómo llovía.
De pronto, sobresaltada, me giré sobre mis pasos, y allí estaba, la guitarra rasgueaba una rumba.
Nadie la tocaba.
Ella seguía sin cesar rasgueando, con su cuerda rota haciendo surcos cimbreantes.
Me daban ganas de ponerme a bailar; pero me contuve.
Me percaté de que estaba sola en medio del campo, en un cuartucho solitario y con una guitarra que tocaba una rumba sin que nadie pusiera sus manos en ella.
Salí corriendo de allí. Subí a mi bicicleta, y con la lluvia chocando contra mi cara, marché con la intención de contar a quién quisiera escucharme la extraña experiencia que había vivido.
Desistí de ello, ya que me tomarían por loca y nadie me iba a creer.
Desistí de ello, ya que me tomarían por loca y nadie me iba a creer.
María Encarna Rubio
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