Una mirada torva y una mirada diáfana se batían a esgrima en duelo a muerte:
--¡Soy dueña de tus sentimientos! --Decía la mirada torva blandiendo su sable con maestría tal que causaba espanto.
--¡Nadie es dueño de mi voluntad sino yo! No seré dueña de mis sentimientos, pero sí de mis actos! ¡Lucharé hasta rendirte en una estocada a muerte! --Decía la mirada diáfana.
Una rata de cloaca observaba la contienda asomada por una tapadera rota de una alcantarilla.
--¡Qué buenos maestros han tenido! --Decía asombrada del hábil manejo de las armas de ambas.
--¡Qué buenos maestros han tenido! --Decía asombrada del hábil manejo de las armas de ambas.
--No me marcharé de aquí hasta ver cuál de las dos clava la estocada.
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