Rayaba el alba. En casa de Justina todos dormían, menos Rodrigo, su marido. Éste, madrugaba: trabajador autónomo, vivía para sacar adelante su pequeño negocio y su familia.
También Justina esta mañana había madrugado. Atendía su aseo personal con especial cuidado. Su pelo en melena de rizos naturales, siempre recogido, hoy lo llevaba suelto. También su atuendo se distinguía con diferencia de lo habitual. Su vestido distaba mucho de ser discreto, tanto como su ropa interior, sexi y sugerente.
Deambulaba como una sombra evitando hacer ruido, cuando:
-¿Ya estás arreglada?
Era Cándida, la madre de Rodrigo, que vivía con su hijo y la familia de éste. La suegra de Justina todo lo quería llevar bajo control; Justina, precavida, se había puesto un abrigo negro que para nada hacía sospechar el verdadero look de la nuera, que según había dicho, se iba al médico y no tenía hora para volver; pero la verdad era otra bien diferente: se tomaba el día libre.
Apuntaba el sol por el horizonte. Todo hacía presagiar un espléndido día de primavera. Subió Justina a su coche. Con una alegría que rezumaba por todos los poros de su piel, aparcó un poco más adelante, se quitó el abrigo y atusando su melena perfiló sus labios de morado y se dedicó a sí misma una sonrisa pícara desde el espejo retrovisor.
En un despacho que ella bien conocía sonó el teléfono; alguien que esperaba su llamada ansioso lo cogió:
-¡Hola, ya estoy dispuesta para la marcha! ¿Paso o vienes?
Una voz susurrante le respondió:
-Espérame donde siempre.
Le vio venir. El, la miró, y una sonrisa espléndida iluminó su rostro. A ella le pareció el hombre más guapo e interesante. A él le pareció ella, la mujer más sexi y bella del mundo.
-¡Hola preciosa! Le dijo dándole un beso. ¿Sabes que te quiero?
-Si. Lo sé. ¿Nos vamos?
-¡Pues claro que nos vamos! Conduzco yo.
-¿A donde me llevas?
-Te llevo a un lugar que conoces para que me enseñes lo que llevas puesto debajo del vestido. Emprendieron viaje entre risas de complicidad y adulaciones cariñosas.
Llegados a un pueblo de la costa se alojaron en un hotel con vistas al mar. Allí, la sencilla ama de casa, madre de familia puritana, destapó sus encantos con arrebatada pasión. Al atardecer, después de ver abrazados la puesta de sol, emprendieron el viaje de regreso.
Llegados a casa, Cándida les tenía la cena preparada. Volvían a ser el matrimonio comedido, serio, con intimidad vigilada. Hubo entre ambos durante la cena miradas furtivas llenas de complicidad. ¿A caso recordarían la puesta de sol?
Hoy es un día especial, pues se hace realidad algo que es importante para mí. Desde siempre supe que los últimos años de mi vida los pasaría escribiendo, pero nunca imaginé que sería de esta forma.
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Muy bonito
ResponderEliminarGracias, profesor y amigo.
EliminarCada vez que entro en tu blog me llevo una grata sorpresa Encarna. Tienes infinidad de textos magníficos, poesía, aventuras, misterio, ¡toda una biblioteca!!!!
ResponderEliminarEn cuanto a la reseña de arriba con la que presentas el blog. "Hoy es un día especial..."" Cualquier forma es buena para darse a conocer. Y esta es tan buena como otra.
Mis felicitaciones de nuevo por tu talento de escritora. Un abrazo muyyyyy grande.
Este relato te lo he compartido en la comunidad SALIENDO DE LA MATRIX. Sé que aún no puedes participar por causas externas.
Gracias querida amiga. Son alentadoras tus palabras y muy gratos tus elogios. Un fuerte abrazo.
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