La hormiga Titina se debatía en un mar de pena y desesperanza.
--¡Señor! --rezaba-- ¿dónde está esa fuente que ofreces que tanto calma la sed?
La pobre no encontraba su lugar por más que lo buscaba. Su hormiguero había sido asaltado por una colonia de malas hormigas que no daban golpe, su supervivencia la basaban en reclutar esclavas que trabajaran para ellas.
Vagaba llorosa por el valle. Todas las ninfas del hormiguero habían sido secuestradas y todas su hermanas, dispersadas. ¡Ella, tan limpia!, ¿dónde efectuaría su aseo?
Cuando regresaba a casa cargada con alimentos que en peso superaban en mucho al suyo propio, sus hermanas la atendían, la lavaban, y la ponían en su habitación de reposo. Nadie la molestaba hasta que su recuperación era total. Ahora, sin hogar, sin familia...
Extenuada hizo un alto. Tomó descanso debajo de una campanilla que tenía la manía de cerrarse cuando el sol subía a lo alto. Una mariquita que andaba cerca le dijo:
--Ten cuidado con esa, si te coge dentro cuando se cierre, ya no sales.
La campanilla, al oírla, se contrajo enfadada. --No le hagas caso, es una envidiosa y una mala vecina; entra, tengo una gotita de rocío azucarado que te dará energías para seguir tu camino.
--Ya no tengo casa, --le dijo la hormiga-- ni hermanas, ni madre, soy una indigente que deambula solitaria.
--¿Cuéntame, qué hacías, --le preguntó la campanilla-- en qué trabajabas?
--Trabajaba en mi comunidad. Mi madre nos enseñó a ser limpias y cuidarnos unas a otras. Ella, solita, creó el hormiguero. Los primeros huevos que puso los lavó y los alimentó lamiéndolos continuamente. Cuando fueron larvas, también las ponía en su lugar para que pudieran completar su metamorfosis. Después, cuando fuimos muchas, lo hacíamos nosotras, ella sólo ponía huevos. Es muy trabajoso crear un hormiguero. Ahora, todo está perdido.
La campanilla, enternecida, lloraba lágrimas de miel.
--¡Quédate conmigo!. Cuando el sol caliente demasiado, tendrás un lugar fresco y bonito para resguardarte, decorado, maravilloso, que alegrará tu corazón y te hará ver las cosas de otro color.
Titina aceptó el cariño que la campanilla le ofrecía. Subió y se instaló en su interior. Tomó del rocío azucarado y descansó. No pudo precisar con exactitud el tiempo que pasó durmiendo.
--¡Gracias Señor! --Decía en sus sueños-- Tu fuente de amor y de esperanza ya ha calmado mi sed.
La despertaron unas voces que le parecieron familiares. Salió al exterior. Su sorpresa al ver a sus hermanas fue tal, que se le cayeron las antenas al suelo.
--¡Por fin te encontramos! Te buscábamos por todas partes --le decían.
Todo eran caricias y besos.
--Ven con nosotras. A aquellas holgazanas que nos secuestraron las hemos cebado tanto, que ni moverse pueden. Nuestra madre también está allí. Somos las dueñas, ¡el hormiguero es nuestro!