Érase una vez una (O) que se sentía la más feliz del mundo. Se deslizaba entre sílabas construyendo bellas palabras que la enardecían y llenaban de un éxtasis celestial.
Quiso hacer sociedad con la (I) y con la (E) Éstas le dijeron:
-¡Nosotras no tenemos imaginación, solas no podemos decir nada!
-¡Todas unidas podremos! -les decía la (O) empeñada en conseguir su propósito.
- La (I), haciendo gala de compañerismo, les dijo:
-¿Qué hacemos con la (U) y con la (A), no les vamos a decir nada?
-Seremos cinco como siempre. Tenemos que reclutar a las consonantes, junto con los signos de puntuación haremos maravillas.
-¿Y qué vamos a decir?, -preguntaba la (I) asustada.
-Todas juntas diremos lo que se nos ocurra, que para eso estamos, aclaró la (U), que parecía un poco enfadada. Cogió con decisión la batuta y se puso a dirigirlas a todas:
-¡Tú, ponte aquí!, ¡Tú, ponte allá! Con mano diestra y experiencia de siglos, fue combinando, vocales consonantes y signos de puntuación, quedando prendada del resultado:
-¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
-¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¿Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras?
-¡Cuantas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor porfía"
-¡Y cuantas, hermosura soberana:
"Mañana te abriremos respondía"
¡Para lo mismo responder mañana!
- ¡Pero, bueno!... ¡Si eso es de Lope de Vega! Eso ya estaba escrito,
-protestaron al unísono.
-¿Tengo yo la culpa de que eso ande suelto por ahí, y se me haya copiado? -Se disculpaba la (U).
-¡Ya no dirijo más, ahora que dirija quien quiera!
-¡Ya no dirijo más, ahora que dirija quien quiera!
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