Érase un vez, un anciano que veía sus horas contadas. En sus ojos cansados brillaba una luz de esperanza. El moría al tiempo que un hijo nacía. Ocuparía su lugar como venía sucediendo desde hace muchísimo tiempo. Tendría que soportar las vicisitudes del invierno, con sus ventiscas y sus nieves, a la inestable primavera, al tórrido verano, que a veces se hace insoportable, al lánguido otoño, que de triste se pasa a agorero.
- Ahí te dejo mi herencia, hijo mío. Que no se
cumpla el dicho : "Otro vendrá, que bueno me hará"
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