sábado, 30 de noviembre de 2013

JUAN Y MANOLO EN TABARCA

Juan y Manolo eran amigos inseparables. Desde la guardería siempre habían estado juntos en clase. Con frecuencia la abuela Clara les invitaba a comer. A Juan le encantaban las comidas que ella hacía.

Tenía Manolo gran ilusión de hacer un viaje en barco. Había escuchado que en la Isla de Tabarca todavía se conservaban las mazmorras donde encarcelaban a los piratas que en otros tiempos surcaban los mares en busca de botines que les hicieran ricos. 
Quería que su abuela le regalara para su cumpleaños una excursión a ese lugar; pero tendría que venir también Juan.  Por fin, la abuela que no sabía negarle nada y que también a ella le hacía ilusión hizo los preparativos y, llegado el día, se pusieron los tres en marcha en su coche Mercedes que ella conducía con bastante pericia.
De camino hacía el puerto de Torrevieja, ciudad costera de donde salían ferris con dirección a la isla, la abuela cantaba mientras conducía.

Llegados al puerto embarcaron en el ferry.
Todo fue genial, desde el barco se podía ver el fondo del mar.

 Llegados a la isla alucinaban viendo las fortificaciones y las mazmorras donde encerraban a los piratas. Llegada la hora de comer, la abuela encargó una paella en un chiringuito que estaba a rebosar de clientela.

Cuando terminaron pidieron permiso a la abuela para hacer una inspección por la isla y marcharon por el sendero que bordeaba la costa. Había algunos yates anclados.
Anduvieron un rato y se sentaron a contemplar el mar.
Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos, Juan fue a levantarse, tropezó, y cayó por el pequeño acantilado al fondo del mar. 
Manolo sufrió tal  impacto que no pudo articular palabra. Juan no sabía nadar. Quiso la buena fortuna que, en ese preciso momento, anduviera por allí un buceador que sacó a Juan a la superficie y Manolo vio al instante salir a su amigo sano y salvo. 
La abuela sufrió un desmayo del susto cuando vio al chico empapado y demudado por la impresión sufrida.
A la vuelta a casa quedaron en no contar lo sucedido; pero al día siguiente todos quedaron enterados por las noticias de los telediarios que daban toda clase de detalles de lo sucedido. 
¡Vaya! —se quejaba la abuela—, no puede haber nada oculto en los tiempos que corren.



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