Todo
empezó como una broma, "no te atreverás a pasar ni una noche solo". Juan y sus amigos estaban comentando sobre un programa de supervivencia de
la Asociación de Orientación. Los amigos porfiaban a Juan a pasar unos
días él solo en las inmediaciones del pantano.
Él conocía bien
esta zona. Todos los senderos y caminos cortafuegos los tenía bien
paseados, pues, desde niño, solía subir al monte con sus abuelos. Cerca de la torreta (antena de telefonía) hay una cueva que pasa
desapercibida. Para encontrarla hay que saber dónde está. Se encuentra
en un peñasco saliente y tiene un balcón desde donde se divisa un
paisaje de verdes pinadas que se pierden en el horizonte. Un día de marcha les sorprendió una tormenta y se refugiaron en ella. A juan le hacía ilusión volver a vivir allí una aventura ... Pero no, solo. Su inminente adolescencia hizo presa en su lado infantil. ¿Y por qué no?, se dijo.
Salió con sigilo sin más avituallamiento que una botella de agua y unos frutos secos, sin móvil y sin dejar nota alguna. Ya en el monte, la noche era oscura. De vez en cuando, a ráfagas, a lo lejos se veían las luces de algunos coches. A los amantes furtivos les gustan aquellas soledades.
Sorprendido de no tener miedo, una emoción extraña le invadía. Ya estoy cerca, se decía, dejaré el camino y cogeré el sendero que lleva hasta la cueva. Sólo pensaba pasar allí aquella noche para vivir la experiencia. Llegó, y, casi a tientas, subió por los riscos hasta la entrada. Eufórico por sentir que tenía mucho valor, se dispuso a tomar posesión de su conquista. De pronto, algo saltó frente a él, perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre los pedruscos esparcidos por el suelo. Pasó inconsciente muchas horas, cuando despertó era de día. Quiso incorporarse. Un dolor tremendo y una gran náusea casi le sumen nuevamente en la inconsciencia. Como pudo, buscó su botella de agua y bebió un trago. Pensaba pedir socorro, pero él sabía que no era fácil que pasara alguien por allí..., quizás algún pastor, solían llevar los rebaños a pastar por allí. Una vez encontraron una cabrita en la cueva. Si están enfermas las dejan sueltas por el monte... en manos de la madre naturaleza.
Llegó nuevamente la noche. La esperanza de que salieran a buscarle le mantenía los ánimos. Había terminado el agua y los frutos secos, tenía una pierna rota y un hambre voraz. De pronto, vio algo que se movía entre la maleza. Sintió miedo. Pronto se dio cuenta de que no tenía nada que temer. La suerte estaba de su parte. La cabrita volvía a su guarida con las ubres llenas. Aguantando el dolor, con mucha dificultad, pudo saciar su hambre y su sed. A vuestra imaginación corresponde averiguar de qué modo.
La noche fue de pesadilla. Una tormenta repentina azotaba los pinos, el agua caía a raudales. Los truenos parecían querer derrumbar la cueva. Los relámpagos iluminaban los montes haciendo más patente la soledad en que se hallaba. La cabrita, tumbada junto a él, le dio compañía y abrigo. Cuando amaneció, lo mismo que vino se marchó.
Entre risas y suspiros le abrazaban y besaban. Le llevaron en helicóptero, pues no hay otra manera de sacar a un accidentado de allí.
Nunca olvidará su aventura..., ni las reprimendas que tuvo que sufrir.
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