Andaba el anciano Manuel Caroncio alicaído y cabizbajo. Su mujer, que en tiempos fuese señora de "rompe y rasga" se abandonaba a la abulia y a la desidia. Ya no se acicalaba ni acudía a tertulias con amigos. No cuidaba su dieta. Los años estaban haciendo mella en su ánimo. Ella, siempre radiante de belleza, veía como su esbelta figura se achicaba y las grasas se acumulaban por la falta de ejercicio. Las arrugas surcaban su bello rostro desapareciendo la exuberancia de su juventud.
—¡Vamos, señora mía! –, le decía Manuel Caroncio—. No envejecemos cuando las arrugas hacen mella en nosotros, envejecemos cuando nos abandonamos sin lucha. Si no puedes sola apóyate en mí. Sigue siendo la noche estrellada, bella y digna de ser admirada. Vamos a acicalarnos con esmero y salgamos a disfrutar con los amigos. Admiremos la mágica luna. Inundan sus rayos los claros del bosque y salen los amantes... Amigos de la oscuridad...
-- ¿Y qué hace la luna? ¡Rompedora de idilios! Si a ellos les gusta la oscuridad —decía la señora, depresiva.
-—Nada rompe la luna que no esté ya roto —decía Manuel Caroncio—. Los amantes se besan, y cuando se besan, cierran los ojos, y todo se vuelve oscuro. Tienen su mundo. Ni la luna ni el sol penetra en la nube en la que andan inmersos. Eso es el amor, una nube que envuelve a los afortunados que viajan en ella. La noche y el día son iguales de oscuros para ellos, ya que siempre andan con los ojos cerrados. No ven sus defectos. Mientras dura la pasión, todo es perfecto. Para mí, siempre eres igual de bella.
Conservar la ilusión de vivir ayuda al sistema inmunológico y da buen ejemplo a los demás.
Conservar la ilusión de vivir ayuda al sistema inmunológico y da buen ejemplo a los demás.
María Encarna Rubio
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