Queridos amigos míos: Hoy es un día nublado y tristón. No me cabe la menor duda de que estos días influyen en mí de una manera muy especial y me predisponen a las confidencias, cosa poco habitual en mí. Me he propuesto luchar contra la apatía y la abulia, y de muy buena mañana he cogido mi bicicleta y, pedaleando, he llegado hasta el jardín, que en tiempos fue privado y muy particular. Se hallaba cercado por altas tapias que ocultaban a los ojos de los vecinos del pueblo su belleza bucólica rodeado de naranjos y limoneros, con el susurro del agua de la acequia, flanqueada de frescas cañas y zarzales.
Con el paso de los años los naranjos y limoneros se han convertido en lindas casitas adosadas unas a otras y ya no corre el agua ni hay acequia con frescas cañas y zarzales que refresquen la vista; pero, el jardín perdura, con sus yucas centenarias y sus palmeras rodeando a lo que fue un ficus de unas dimensiones impresionantes. Solo queda el tronco. Seco y carcomido. Enorme, impresionante...
En sus años de esplendor, a su abrigo, bajo su sombra, se reunían los intelectuales del pueblo a recitar sus poemas.
Entre ellos estaba Julían, primo hermano de mi abuela materna. No me cuesta mucho imaginar el cuadro debajo del ficus: a Julian con los amigos recitando sus poemas, que hoy todos alaban y con orgullo honran su memoria.
Pues, bien, esta mañana fresca y nublada, el primo de mi abuela, poeta, ha hecho presa en mí. En el jardín se oían pájaros trinar. Mi imaginación vagabunda ha sentido una inspiración repentina: he sentido la brisa fresca bajo el ficus frondoso y el murmullo del agua con aromas de limoneros y azahares discurriendo por su cauce generador de vida.
María Encarna Rubio
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