La
ratita Mitusa quería caer bien. Acicalaba su cola con esmero y
procuraba no hundir sus patitas en los detritos de la cloaca. Sus
tías y primas se burlaban cuando la veían dando saltitos intentado
vadear los charcos que se formaban al pie de los desagües de las
alcantarillas. Le decían: "Eres una rata asquerosa. Por mucho
que te compongas, nunca dejarás de serlo". Ella, no cejaba en
su empeño, seguía queriendo ser diferente para a todos caer bien.
Una
mañana fresquita de primavera, una bocanada de aire perfumado con
los mil perfumes que exhalan las flores se coló a través de los
respiraderos de las tapas de las alcantarillas. Aquella rata
diferente sintió la llamada de la naturaleza. Quiso compartir sus
sensaciones con los miembros de su comunidad, todos decían que eran fantasías suyas y para corroborar lo
que presentía, acicaló su pelaje, y salió por un desagüe que daba
a la margen de un riachuelo. ¡Ten toda clase de precauciones!
¡Hay grandes enemigos fuera! Le dijeron a coro sus amigos..., bueno,
más que amigos, conocidos. No vaciló ni por un instante, quien no
corre riesgos pocas cosas hará en la vida.
Toda
llena de ilusión rateril, marchó, sigilosa eso sí, con algo de
miedo. Había oído contar cosas espantosas sobre unos gigantes que
lo poblaban todo y que para nada querían a las ratas. Tenían unas
fobias hacia ellas muy preocupantes, pero ellas eran mucho más
listas que ellos y los burlaban con gran facilidad.
En
su caminar, miraba todo con una admiración sublime. ¡Todo era tan bonito como pensaba. Los campos
sembrados de amapolas y margaritas la llenaban de una sensación
jamás sentida. La sinfonía del vuelo de los abejorros la
transportaban hacía un infinito tan azul que pensó: " Estoy en el cielo de las ratas".
Una
sed profunda la sacó de su éxtasis, y la realidad más ingrata vino
a corroborar que se hallaba hambrienta y sedienta sin tener nada que
llevarse al diente. Quiso su buena fortuna que una vasija llena de
agua de la lluvia se cruzase en su camino. Bebió con fruición hasta
apurar la última gota. Agradeció a la Providencia su inestimable
ayuda y siguió con la certeza de que pronto tendría algo para
acallar los resoplidos de su hambre.
Anda
que te anda tropezó con un caracol. Estaba éste embelesado ante
una tierna hoja de patata, no sabía si comerla o no. También era
novato y no se fiaba, había visto caracoles muertos alderredor y pensaba: ¿y
si fuese venenosa? -Total, ella tampoco había comido nunca caracoles,
por lo tanto..., mejor dejarlo estar; se marchó y se metió en el
arroyo pensando volver a casa, pero no encontró el camino. No
se amilanó ante la dificultad, ya sabía ella antes de salir que no
sería fácil. Se haría una rata indigente como hacen otras muchas,
no es que en las alcantarillas se viva muy bien, no se perdía tanto.
Más valía ser valiente y salir adelante entre flores y no volver a ser una rata de cloaca.
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