Siempre que puedo, no me pierdo el placer de callejear por las mañanas las calles de mi pueblo. Siempre se ha dicho que la inspiración surge en medio de la soledad y la reflexión. Caminando una espléndida mañana de enero, cosa habitual en mi tierra, encontré ante mis pies una manzana. Por un momento creí oír sus lamentos. Tenía ésta varios mordiscos. Después de haber recibido, obviamente, malos tratos, había sido arrojada a la calzada sin piedad. Conmovida, la cogí. Quise paliar su dolor con una sonrisa de comprensión y cariño y se acrecentaron sus lamentos. En esta tesitura oí que me decía:
--¡Come hasta llegar a mi corazón! No es justo que mi existencia y mi destino sean pudrirme sobre el asfalto sola y abandonada!
Perdoné su osadía. Mi compasión no llegaba hasta ese punto. Yo no como ningún desperdicio que otro haya tirado por el suelo, -estuve a punto de decirle. Me contuvieron las costumbres de las buenas formas. La compresión y las ganas de ayudarla a superar su fatídico momento me hicieron responder sin darme tiempo a la reflexión:
--¡"No te preocupes por eso, ese destino también es el mio"!
--No puedo creerlo, -me respondió- si no sabes tu misión en la tierra..., amiga mía..., me temo que ya lo estás.
Hoy es un día especial, pues se hace realidad algo que es importante para mí. Desde siempre supe que los últimos años de mi vida los pasaría escribiendo, pero nunca imaginé que sería de esta forma.

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Buena contestación la de la manzana, y muy sabia. "Si uno no sabe su misión en la tierra, ya está en el asfalto sola y abandonada"
ResponderEliminarMe has dado en pensar Encarna, tu reflexión es magnífica, y en relato muy amena.
¡Un gran abrazo!!
¡Gracias Mila, querida amiga! ¡Un saludo cariñoso!
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