martes, 4 de marzo de 2014

NACIÓ SIN ESPINAS

  Dalias y jacintos miraban con recelo a sus vecinas de la rosaleda. Un abejorro que todos los días venía de visita había corrido el rumor: en un rosal había una rosa sin espinas. Bella como ninguna, podía ser visitada sin peligro de sentir el mordisco traicionero que ellas, las rosas, solían guardar para quien se atreviese a visitarlas. ¡Muchos aromas..., mucha belleza, pero pocos modales! 
 Hubo acuerdo. Llegada la noche, para no sembrar alarmas por lo inusual del caso, irían a visitarla. 

  El revuelo fue presenciado por un transeúnte que  había decidido pasar la noche en un banco del jardín. Todos los parterres, movilizados, marchaban en masa en dirección a la rosaleda.
El hombre no daba crédito a lo que estaba viendo. Pensó por un momento que podría ser por no cenar lo suficiente, pero el bocadillo de jamón que se había comido, no se lo saltaba un galgo. 

  Los rosales, que dormían tranquilos, se vieron sorprendidos por la avalancha de vecinos que venían a visitarles.
 --¡Déjalos que lleguen, que los vamos a arreglar a todos! --pensaban con sonrisa sarcástica.
Las dalias, que siempre envidiaron a las rosas su perfume, decían para sí: 
--¡Cuánto presumir, no es para tanto! 

  Los jacintos, de los que más de una mirada pícara se había escapado en dirección al parterre de las rosas, se arrebolaban pensando en recoger algún rocecito perfumado. Como era de esperar no fueron bien recibidos. ¿A qué cuento venía aquel alboroto? Seguro que el abejorro se había ido de la lengua.

 Camuflaron a la rosa entre unas cuantas veteranas con las espinas bien endurecidas.

--¡No sé de que tenéis miedo, esos jacintos no son peligrosos, sólo se quieren a sí mismos! Apuntaba una que se las daba de lista. 
  --¡Esos, son los narcisos! --decía otra, que les tenía mucha grima.
Las discusiones en alta voz, molestaron a todos los insectos del jardín, que dormían tranquilamente, y se agregaron al grupo gritando: ¡Aquí no hay quien duerma! 

  De pronto se oyeron unos suspiros y lamentos. Todos callaron. La rosa sin espinas se lamentaba: 
--¿Por qué yo no tengo mis espinas? ¡Quiero ser como todas! 
Todos se agruparon a su lado para consolarla.  
--Eres  preciosa. Tienes que estar contenta. Todos te admiramos y queremos, --le decían. 
--¡Si, pero yo nunca podré pinchar a nadie!
--¡Cariño, en este mundo unos nacen para unas cosas y otros para  otras! --le decían sus primas.-- Vamos a hacer un concurso de belleza. Seguro que serás la ganadora. 

  Prepararon el desfile. Los insectos, como lo suyo era picar, se divertían de lo lindo picando a todos, hasta que llegaron al transeúnte; recibieron más de un manotazo. 


  Las dalias, en el desfile, se contoneaban con la vana ilusión de superar a las rosas. En el momento en  el que desfilaba la nueva rosa, bella como ninguna, una dalia le puso la zancadilla. En su tropiezo fue a caer en brazos del transeúnte. Éste se la llevó y se la puso a la Virgen del Carmen en un jarroncito  que tenía vacío. "La Virgen se la llevó al cielo para que nunca se marchitase."

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