lunes, 10 de marzo de 2014

LA TORTUGA ACOMPLEJADA

 La tortuguita caminaba lenta, con ritmo acompasado. Siempre con su casa a cuestas. Movía su cabeza con torpeza, según le parecía.  Muchos la contemplaban y la ponían como ejemplo cuando querían tachar a alguien de pasivo: "Eres más lento que una tortuga". Estaba cansada de aquel apelativo tan insultante que le había causado tantos problemas psicológicos. 

  Pensó que necesitaba ayuda. Buscó a un licenciado competente y se dispuso a vaciar los sinsabores de su pobre espíritu atormentado. No se pudo tender en el diván por el pudor que sentía al adoptar una postura tan poco elegante. Se mantuvo a ras del suelo con su mirada somnolienta fijada en quien ella esperaba le iba a rescatar.

—¡Cuéntame! —Decía el doctor.
—¡Doctor, vivo acomplejada! Se meten conmigo, dicen que soy lenta y muchas cosas más. A veces voy despacio porque me gusta mirar el paisaje, ver los trigales cuando el viento los mece, admirar la explosión de color cuando el rojo de las amapolas se mezcla con el dorado de la mies. 
—A mí también me gustaría ser ágil y bella. Saber que hay un pastel al final del camino, y que, cuando llegue, comeré mi parte. 

—Te preocupas mucho de lo que los demás piensan de ti, —le dijo el doctor— vas a salir de la consulta, reflexiona, y vuelve mañana.

 Marchó sin estar muy convencida de los procedimientos de personaje tan ilustre. ¿Será que quiere cobrar por partida doble? Su madre, sensata como corresponde a una tortuga de cien años, le dijo:
—Tienes que confiar en el doctor, de lo contrario, mucho me temo que no adelantaremos nada.
—Madre, estoy siguiendo su consejo, me he puesto a reflexionar.

 Al día siguiente, con los mismos prejuicios llegó a la consulta. 
—¿Has reflexionado? --Le dijo el doctor.
—Sí, doctor. Me reservo el resultado, "con su permiso". Como soy tan lenta se alargaría mucho la consulta.

—Bien, bien. Como veo que te preocupa el hecho de tu lentitud, voy a darte los consejos pertinentes:

Primero, si lo que haces, lo haces bien, ya le aventajas a quien lo hace de prisa y mal.

Segundo, con la constancia se palía mucho la lentitud.

Tercero, lo que piensen los demás, no debe importarte, siempre que tú actúes de acuerdo con tus principios, sin olvidar que no basta con ser bueno, que también hay que parecer que lo eres.

Y para finalizar, con respecto a lo del pastel, te aconsejo que no esperes al final del camino. Aprovecha el trayecto para comer todos los pasteles que puedas, que lo que va delante, delante va. 

 Salió orgullosa y crecida en su autoestima.
—¿Qué, cómo ha ido con el doctor? ¿Estás contenta? Le preguntó su madre.
—¡Si, mucho! Se han disipado mis problemas. 
—¿Por los sabios consejos del doctor?
—No, porque me he puesto a reflexionar: He sacado la conclusión que yo ya sabía lo que sabe persona tan ilustre.

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