—¡Bonito día! —Comentaba la gata doña Carlota. Junto a la gata Rufina ambas esperaban ver aparecer al ratoncito Perolo y al saltamontes Nicasio, apostadas en un huequecito del tronco seco del ficus centenario. Hacía conclusiones Carlota de por qué Rufina concertaba reuniones si allí el sol calentaba, ese árbol no tenía ramas con follaje que diera sombra. Aquél tronco seco no servía para nada en el jardín y así se lo hizo saber a Rufina:
—No encuentro explicación para dejar este esqueleto de árbol en un jardín tan bonito como este.
Rufina no hizo comentario alguno hasta pasados unos minutos. Quedó meditando sobre la crítica de la gata anciana doña Carlota sobre el tronco seco. La respuesta fue muy analizada antes de ser comentada:
—La razón de no ser sacado de este entorno es puramente sentimental —adujo la gata Rufina —cuando ese tronco era un bello árbol frondoso y lleno de vida, el "Jardín de Manolo" pertenecía a una finca cuyos dueños vivían en Madrid. Este era su lugar de recreo. Pasaron por él grandes personajes y a la sombra de ese árbol espectacular se hacían tertulias de jóvenes destacados en las artes y las letras. Ha visto pasar los años que han transformado el pueblecito apostado al margen de la huerta en una ciudad. Le amamos. Queremos todos que sea testimonio de lo fue.
Pasó largo rato, Perolo y Nicasio no aparecían. Rufina, cansada de esperar dispuso marchar a casa, pero la gata Carlota propuso una estrategia, esconderse ella detrás de un arbusto por un ratito ya que los amigos de Rufina no la conocían y era de suponer que no se acercarían entre tanto que ella permaneciese junto a Rufina, pues ella era una gata y no estarían seguros por ser ellos ratón y saltamontes.
Así lo hicieron, Carlota se escondió y Rufina quedó solita junto al tronco seco del ficus centenario. Pasados unos momentos aparecieron los dos.
—Hola Rufina —comentó Perolo nada más llegar —¡Quién era esa gata gorda que te acompañaba! Qué miedo hemos pasado Nicasio y yo.
—No tenéis que tener miedo, es una vecina. La pobrecita es muy anciana y poco daño puede hacer a nadie. Ha venido a vivir aquí desde una aldea del campo y se encuentra necesitada de cariño y amistad. Se encuentra escondida detrás de ase arbusto. Espera que la adaptéis como amiga.
—¡Recáspita!—Exclamó Perolo. El saltamontes Nicasio no dijo palabra, esperaba la reacción de Perolo, si él estaba de acuerdo no pondría objeción alguna en aceptarla como amiga.
—¡Qué salga! —Dijo Perolo en alta voz —queremos conocerla.
Salió Carlota de detrás del arbusto a tres patas, pues se había lastimado una patita con una espina y su cara era un poema, sonreía y lloraba al mismo tiempo. Acudieron todos a ayudarla y la acomodaron yunto a una raíz del tronco centenario.
Como hicieron en otros tiempos personajes ilustres, conformaron una tertulia la mar de interesante. Hablaron de todo. Cada uno contó anécdotas de los avatares de sus vidas. Rufina expuso algunas inquietudes que le causaban desasosiego.
—Cómo sabéis, la anciana de mi casa antes se llamaba Dolores—argumentó Rufina —un buen día decidió que no quería ya más ese nombre y que en adelante se llamaría Consuelo. Pues bien, observo que desde entonces lo a tomado por costumbre y miente sin ningún reparo siempre que se le presenta la ocasión. A las amigas les cuenta que vive muy ocupada, que tiene tareas sin fin cuidando a una anciana. Cuenta que esta es muy exigente en su alimentación, los zumos naturales de licuadora son diarios. Esa máquina es trabajosa, está compuesta de muchas piezas y su limpieza es engorrosa. Sus platos favoritos requieren bastante manipulación y la limpieza y el orden del hogar son muy meticulosos. Se parte de risa cuando cuelga la llamada de las amigas, pues no está cuidando de ninguna anciana, miente como una bellaca.
—¡Ja, ja, ja,!—Rio de buena gana la gata anciana Carlota —la anciana Consuelo hace gala de tener un sentido del humor exacerbado, adivina quién es esa anciana de la que ella se cuida si no hay otra persona que cuide de ella.
Fue una fiesta el fin de la tertulia. Marcharon cada uno a su lugar habiendo quedado para reunirse otro día.
María Encarna Rubio








