—¡Bonito día! —Comentaba la gata doña Carlota. Junto a la gata Rufina ambas esperaban ver aparecer al ratoncito Perolo y al saltamontes Nicasio, apostadas en un huequecito del tronco seco del ficus centenario. Hacía conclusiones Carlota de por qué Rufina hacía allí reuniones si hacía mucho sol y ese árbol no tenía ramas con follaje que diera sombra. Aquél tronco seco no servía para nada en el jardín y así se lo hizo saber a Rufina:
—No encuentro explicación para dejar este esqueleto de árbol en un jardín tan bonito como este.
Rufina no hizo comentario alguno hasta pasados uno minutos. Quedó meditando sobre la crítica de la gata anciana doña Carlota. La respuesta fue muy analizada antes de ser comentada:
—La razón de no ser sacado de este entorno es puramente sentimental —adujo la gata Rufina —cuando ese tronco era un bello árbol frondoso y lleno de vida, el "Jardín de Manolo" pertenecía a una finca cuyos dueños Vivían en Madrid. Este era su lugar de recreo. Pasaron por él grandes personajes y a la sombra de ese árbol espectacular se hacían tertulias de jóvenes destacados en las artes y las letras. Ha visto pasar los años que han transformado el pueblecito apostado al margen de la huerta en una ciudad. Es puramente sentimental que todos veamos ese tronco seco en recuerdo de lo fue.

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