miércoles, 26 de junio de 2024

Los israelitas en el desierto

 


 Una vez en el desierto, el pueblo elegido por Dios quedó instalado con sus enseres y sus animales esperando ordenes del Creador y libertador. Todos los días venía la ventisca y traía una cantidad suficiente de semillas para que todos pudiesen alimentarse, personas y animales. Moisés, siguiendo instrucciones de Dios, hizo brotar con su vara de una roca una fuente cristalina. Pero algo dijo que no fue con exactitud lo que Dios ordenó que hiciese. Por este hecho, Dios no le dejó entrar con su pueblo en la tierra prometida. 

Moisés se alejó hasta el monte Sinaí siguiendo la llamada del Todo Poderoso dejando solos a los exiliados y tardó todo un mes en volver. Cuando le vieron aparecer, quedaron estupefactos, sus cabellos se habían tornado blancos y traía en sus brazos dos enormes tablas de piedra con los Mandamientos que Dios mismo le había entregado para regir a su pueblo. Pero Moisés entró en cólera. Todo el pueblo se hallaba ebrio y danzaba enloquecido en torno a un becerro de oro, imagen de un dios egipcio. Lanzó las tablas al suelo en señal de repulsa, diciendo que no eran dignos de ellas y las rompió. Y fue así, que después las hubo de recomponer y guardarlas en el Arca de la Alianza, que era tan misteriosa, que quién la tocase caía al suelo electrocutado. Dios castigó este hecho haciendo que anduviesen errantes por el desierto durante cuarenta años.  

 

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