Moisés vivió cuarenta años oculto en tierras de Madián trabajando de pastor para su suegro, Jetro. Recorría largos trechos buscando buenos pastos para el rebaño. Un día llegó hasta las faldas del monte Horeb y a cierta distancia distinguió una zarza que ardía largo rato y no se consumía. "Me acercaré a ver qué es eso"—pensó
cuando se disponía a avanzar, una voz le detuvo:
"¡No te acerques y descálzate, el suelo que pisas es sagrado!"
Moisés comprendió que era Dios quien le hablaba.
"Dirígete al faraón porque quiero que saques a mi pueblo de Egipto. Han llegado hasta mí sus lamentos y quiero que los conduzcas hasta Canán. Yo estoy contigo. Reúne a los ancianos de Israel y diles que te envía el Dios de vuestros padres".
—¿Y si no me creen? —preguntó Moisés.
Dios le dio poder para hacer milagros con su cayado y demostrar así al faraón que era Él quien lo enviaba. También le dijo que su hermano Aarón le serviría de vocero.
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