lunes, 1 de noviembre de 2021

La bruja Rogelia y su gato Flas

  

 Rogelia era una bruja, pero una bruja buena. Siempre reía feliz y a todos quería, sobre todo a los niños y niñas pequeñitos.

Un día marchó de viaje sobre su escoba voladora. Llevó consigo a su querido gato Flas para que no quedara solo en casa.

Iba saludando a todos con su sonrisa incesante, no sabía que le esperaba una gran sorpresa: 

Al poco rato de haber salido se formó un fuerte huracán y una ráfaga de viento fuerte arrastró su escoba a toda velocidad hacía un lugar desconocido.

Rogelia casi no podía controlar su escoba. Subía y subía hacía lo alto y ya se encontraba más alta que las nubes y todos los picos más altos de las montañas. Su gato Flas tiritaba de frío.

Estaba asustada, pero al mismo tiempo se encontraba feliz, pues ella, estando con su gato no sabía estar de otra manera.

Aterrizó en un planeta muy extraño, tenía cuatro soles y muchas ranas voladoras. Allí no había pajaritos, ni mariposas, las ranas estaban por todas partes y no dejaban de croar.

La bruja Rogelia estaba muy sorprendida, pues las ranas al croar cantaban a coro muy lindas canciones.

Los niños reían y bailaban en la plaza del pueblo. La bruja Rogelia bajó de su escoba, la dejó en un rinconcito escondida, le dijo a Flas que cuidara de ella y se fue a bailar con los niños.

Daba saltos sin cesar y corría de acá para allá igual que si estuviera loca.

Al rato de estar bailando se le acercó un conejo que estaba tendido sobre un banco de la plaza y le habló con una claridad que dejó a la bruja Rogelia extrañadísima.

—¿Tú eres una bruja terrícola? —le preguntó —o vas disfrazada para Halloween.

La bruja Rogelia no sabía qué contestar. Miró al conejito y le dijo:

—¿Y tú, vas disfrazado de conejito para Halloween?

—¡No! Yo soy un conejo de verdad —le contestó mientras estornudaba con mucha fuerza, pues era alérgico a las brujas terrícolas.

—Pues yo también soy una bruja de verdad y no voy disfrazada. Y viendo que en aquel planeta todo era muy extraño, buscó su escoba y  a Flas para intentar volver a casa, pero no los encontró. Unos niños los habían cogido y estaban volando por todo el pueblo junto con un enjambre de ranas voladoras que los iban siguiendo.

Entonces, la bruja Rogelia se acordó de una canción mágica que le cantaba su abuelo mientras trillaba el trigo en la era, que decía:

                                      Vamos a cantar, 

canciones para las ranas.

Que no dejan de croar, 

por noches ni por mañanas.

Las siestas yo quiero echar,

y ellas me cantan las nanas.

Cómo la canción tenía mucha magia, al escucharla las ranas, arrebataron la escoba y a Flas a los niños y los llevaron a donde estaba la bruja Rogelia que se fue volando a su casa contenta de aquella aventura, pero nunca más salió a volar con tiempo huracanado. 

"Y colorín colorado, este cuento se ha acabado"

María Encarna Rubio






 

 


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