Lena no era una mojigata, pero no lo podía evitar: se sentía como una vil mujerzuela si vestía minifalda. Cuando lo hacía, todos los ojos la seguían cuando caminaba por la oficina de acá para allá con los papeleos del negocio. Haría falta un bombero para apagar los fuegos —involuntarios— que iban encendiendo sus piernas torneadas y todas las formas rotundas de su conformación femenina. Su rostro se endurecía al sentirse tan observada. Su gesto adusto no era suficiente para restar encanto a su fisonomía. ¡Qué fastidio! Decía para sí. Pasaba ante todos con aire de suficiencia sin mirar nada que no fuesen sus documentos, absorta en sus contenidos, dándoles enérgico manoseo.
Pertenecía a un grupo de teatro Amateur. Siempre hacían la misma representación conmemorativa en las Fiestas Patronales de su ciudad. Era ésta, tierra de muchas culturas. Allá donde intentaban edificar, aparecían restos arqueológicos de los distintos pueblos que se habían asentado allí: Griegos, romanos, cartagineses... Hacían simulacros de batallas y casi todos los habitantes estaban involucrados pasando todo el año preparándose para el evento.
Con gran "pompa y boato", montaban un Senado romano y debatían los asuntos de la Comunidad con gran carga satírica, emulando los procedimientos que seguían aquéllos en sus tiempos de gloria.
Durante días, se llenaban las hermosas calles de la ciudad de gente ataviada —con todo tipo de detalle— a la usanza de cartagineses, romanos, y sus damas, llenando de color y de ambiente festivo hasta el último rincón.
Lena y Tonio, su pareja en la vida real, militaban en bandos opuestos: Ella, en las filas cartaginesas representado a la sacrificada Himilce, cónyuge de Anibal, y... Tonio... en las filas romanas. La rivalidad de los dos bandos era bien notoria. Por suerte, no tanto como en su día tuvieron aquéllos contendientes.
Por cosas de la casualidad... Ahora, Himilce... «Convivía con un gladiador romano»
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