viernes, 5 de abril de 2024

El pozo seco de la casita en ruinas

 


En el pozo seco de la casita en ruinas se había refugiado la serpiente Zapota.
Hacía años que el agua no fluía por quedar abandonado, y Zapota había encontrado allí un lugar seguro para vivir. Pasaba aletargada los meses más fríos esperando que el sol ardiente del verano recargara su termostato y salía reptando desde el fondo para reposar sobre el brocal. dormitaba calentita y muy a gusto, con un ojo abierto por si pasaba por casualidad algún roedor engullirlo, hacía meses que no comía.
 A todo esto, se hallaba no lejos de allí el ratoncito Perolo, que también gustaba pasar alguna escapada en la casita en ruinas. Él, tenía su residencia en la biblioteca del señor Casamayor, un vecino que todo lo que tenía era tan anciano como él. Su mansión corría peligro de derrumbe. La biblioteca contenía cantidad de libros, con cantidad de polvo de años de antigüedad. Era por eso que Perolo gustaba tomar vacaciones en la casita en ruinas, allí corría el aíre libremente y traía aromas de las jaras del monte cercano. Nunca se atrevió a aventurarse más allá por si tenía la mala suerte de topar con alguna serpiente, no podía imaginar que tuviera el peligro tan cerca. Andaba confiado de que las serpientes solo estaban en el monte. Roía tranquilamente una cáscara de nuez cuando vio acercarse a la gallina Pitueca —¡Qué haces por aquí! —le dijo Pitueca en un cacareo estridente  —en el brocal del pozo dormita la serpiente Zapota —continuo cacareando asustada, con las plumas del cuello y de la cola erizadas y abatidas con celeridad —corre y escóndete, que si te ve, con el hambre que tiene, será rápida como una centella y te atrapará. Perolo hizo caso omiso y siguió royendo la cáscara de nuez. No confiaba para nada en la gallina Pitueca, tenía fama de cotilla y farfullera. La gallina Pitueca, al ver la pasividad de Perolo optó por marcharse y dejar que corriera su suerte, ya que para nada le había importado el aviso.



 Una vez que Perolo acabase de roer la cáscara de nuez, decidió darse una vueltecita por el lugar para estirar el rabito con toda tranquilidad, ya que en la biblioteca siempre lo tenía que retorcer para pasar de volumen en volumen. Además, la biblioteca estaba superpoblada de ratones royendo libros sin parar y todo eran tropezones y rabos enredados. Allí, tendría que entrar Zapota y aclarar un poco a los intrusos que llegaban de todas partes —pensaba Perolo —él había nacido allí, y sus padres, y sus abuelos... ¡Tenía todos los derechos para habitar allí! 

  

Perolo, ensimismado en sus pensamientos, ni se dio cuenta de que se hallaba frente al pozo seco de la casita en ruinas. Pasó imprudente frente a Zapota, que con su ojo medio abierto lo vio pasar distraído y sacando su lengua bífida lo atrapó. Quiso la buena suerte que Perolo, 
impregnado de polvo centenario de la biblioteca, causara nauseas a Zapota, que haciendo arcadas lo expulsó y lo dejó escapar. Corrió despavorido a su refugio, entre Los piratas del sur y La isla del tesoro.

María Encarna Rubio. 




  

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