viernes, 8 de junio de 2018

UNA EXCURSIÓN MEMORABLE




¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! Resonaban las pisadas chapoteando sobre el lecho del exiguo riachuelo.
—«¡Soy un híbrido de mustang y cebra africana!» Las risas de los niños sonaron explosivas mientras el abuelo hundía, una y otra vez los pies, saltando encima del hilillo del agua, haciendo asomar sus calcetines a rayas levantando con sus manos los bajos de las perneras de sus pantalones.

En verdad, era cómica la postura del abuelo, y los niños, contagiados de su euforia, comenzaron a chapotear y a gritar con fuerza: «¡Somos híbridos de abuelos y de abuelas!»

El estruendo se hacía eco en la lejanía que devolvía multiplicadas las voces infantiles: «¡Elas! ¡Elas! ¡Elas!»
Todos acabaron salpicados y empapados por el agua del arroyo, que discurría sosegada, y en llegando a la “poza” se emancipaba del reguero y se quedaba en el remanso.

El vientecillo sempiterno del monte, hacía tiritar de frío sus cuerpos cubiertos de ropas húmedas. Corrieron a toda prisa hacía la tienda de campaña instalada a la sombra de un pino.

Allí les esperaba la abuela, que puso el grito en el cielo al verlos llegar de aquella guisa:
—«¡Pero, bueno! ¿No habíamos quedado en que para bañaros en la poza os pondríais el bañador?»

—¡Dame vitaminas, abuela! Recibió por toda respuesta la abuela, que siempre salía provista de todo lo que más gustaba a sus nietos. Entró en la tienda de campaña, sacó de una mochila camisetas secas, y puso sobre la mesa las viandas. Todos se abalanzaron sobre los bocadillos y las frutas olorosas.

Mayo, es un mes lindo para hacer acampadas en los montes cercanos a la casa donde vivían Ela y Fermin. Disfrutaban llevando de excursión a sus cinco nietos para inculcarles el amor por la naturaleza y buenos hábitos para emplear el tiempo libre.

Aquél domingo, sería memorable y difícil de olvidar. Dani, el menor de sus nietos, marcó la anécdota del día, cuando vinieron a darse cuenta, había desaparecido.

Angustiados, echaron a buscarle por los alrededores llamándolo a gritos. Cuando llevaban poco tiempo de búsqueda, encontraron una escalera cuyos peldaños estaban esculpidos en la roca. Llegados al final de la misma, encontraron la entrada de una caverna.

Avanzando hacia dentro, vieron a Dani. Éste, al verlos, agitaba los brazos y gesticulaba invitándoles a llegar hasta donde él estaba. Se hallaba ante un cofre lleno de joyas y de monedas de oro que brillaban a la luz cenital que se filtraba a través de una rendija que había en el techo.

La cueva había sido guarida de bandoleros que anduvieron por aquellos contornos en siglos pasados.

Los niños, llenos de contento, pensaban que aquellas riquezas serían para ellos, pero Fermín, su abuelo, los informó de que tendrían que  declarar el hallazgo a las autoridades y que pasarían a ser de bien común como todos los tesoros que se encuentran en cualquier parte.

De vuelta a la tienda, Dani, hizo un guiño a su abuela y sacó un precioso anillo de su bolsillo:
—Mira, abuela, lo encontré en le monte y lo guardé para ti.











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