martes, 19 de junio de 2018

LA DAMA DE AZUL


Nemisa, sin  previo planteamiento, siempre vestía de azul. Salía de compras y cuando volvía a casa, en los atuendos elegidos predominaba el color cerúleo en toda su gama.

Una mañana de primavera, salió de caminata con sus chándal de color azulado a juego con sus zapatillas y sus calcetines del mismo color. El sol lucía radiante con una atmósfera diáfana, había lloviznado durante la noche. Quiso su mala fortuna que tropezase en un desgaste de la calzada y fuera a dar con todo su elemento en el charco que la llovizna había acumulado en el hoyo. Su impoluto atavío quedó arruinado por el barro. Si solo hubiese sido eso, la cosa no tendría la menor importancia, ya que tiene fácil solución, pero, Nemisa, quedó sumida en un coma profundo. 

Ella no lo sabía. Aunque la llevaron al hospital y permanecía inmóvil entubada y conectada a máquinas que la mantenían con vida,  se encontraba perfectamente. Había dado un salto hacía un lugar donde todo era de color azul: las casas, con sus puertas y ventanas cerúleas; las gentes por las calles, todas vestidas de azul..., todo, menos el cielo, que era de un blanco satinado. Su desconcierto iba en aumento. Su instinto le decía que algo raro le estaba sucediendo... ¡«Qué lugar es éste»! Se decía. 

Por la avenida que transitaba, en las aceras, por las zonas menos pisadas por los transeúntes, crecían unas preciosas orquídeas que tenían forma de instrumentos musicales. Se agachó para observar detenidamente a una que tenía un color cerúleo muy suave, con forma de violín. Su sobresalto disparó el aparato que controlaba los latidos de su corazón: aquella orquídea comenzó a desgranar las notas del «Adagio de Albinoni» con una precisión tal, que quedó extasiada. Más adelante, otra orquídea que tenía forma de guitarra, le hizo el regalo de interpretar el « Concierto de Aranjuez», de Joaquín Rodrigo. 

Fue transcurriendo el tiempo y supo que se había hecho de noche porque, de aquel cielo blanco satinado, comenzaron a llover estrellas que danzaban al son de las melodías que no cesaban, eso sí, con sonido más tenue. Una de aquellas estrellas  quedó quieta y cantó. Cantó nanas  que hablaban de sirenas, para que los niños durmiesen con sueño profundo. Hablaban de sirenas, de hadas y de madres amorosas que les besaban y les preparaban torrijas con chocolate para desayunar. 

Entonces Nemisa, abrió los ojos. Ya nada era azul. Todas las personas que veía a su alrededor vestían de verde y no le gustó.    

  

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