domingo, 6 de abril de 2014

SIMPLEMENTE


                                                                 



                                             






Nacido en familia de pastores pasaba los veranos en el refugio al cuidado del rebaño en el monte, en completa soledad.

Sentía algo místico en su espíritu cuando el crepúsculo matutino se cernía sobre los montes.

Escuchaba voces que hablaban en su interior con lenguaje excelso y cultivado sin haber acudido jamás a lugar alguno donde hubiese escuchado ni sentido expresarse en aquellos términos.

A veces, le dictaban poemas que hablaban de lugares tan bellos e infinitamente lejanos, que deseaba con todo su corazón poder siquiera por un momento visitarlos.

Un día, una visión casi real le dejó sumido en tremenda incertidumbre. Esa noche las voces tomaron forma humana en sus sueños.

--¡Ve, -le decían- camina por los montes, cuidaremos tu rebaño, encuentra ese lugar!

Iba caminando y escuchando lo que se hablaba en su interior. Hay remansos infinitos de paz y de amor destinados a todo humano. No se encuentran en las flores ni en los montes ni valles. Se hallan en el interior de todo el que se interne en su mundo íntimo para 
escucharlo. Ahí se encuentra el canto Divino del Sumo Hacedor.


Anduvo por picos y montes. Algo sorprendente apareció ante sus ojos. Como águila posada en una cresta de montaña, se hallaba el lugar de su visión.


Fue recibido y aceptado entre los ocupantes de lugar tan singular.

Tuvo visiones y premoniciones. Acudían a su mente como mariposas en primavera la inspiración de bellas composiciones en verso y en prosa. Los hermanos del monasterio trabajaban haciendo los manuscritos que llenarían las bibliotecas de los potentados de la época.  



Fue feliz haciendo aquello para lo que había nacido.


















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