LA
GALLINA PULARDA
Pitia
era una gallina “pularda”. Ella no era una gallina cualquiera.
Era tratada con esmero, le daban ricos alimentos para que estuviese
feliz porque así su carne sabía mejor. Estaba destinada a servir de
alimento.
El
plumaje de Pitia desprendía destellos que se veían a larga
distancia. Era tal su belleza que todos los gallos de los corrales
vecinos estaban enamorados de ella.
Una
mañana de sol radiante, paseaba Pitia junto a su amiga Repeta, otra
gallina “pularda” que compartía con ella gallinero.
El
gallo del corral vecino, “Ripicón”, que estaba empeñado en
fertilizar los huevos de Pitia, saltó la valla que separaba los
corrales y se le acercó zalamero:
—«¡Hola,
Pitia!» —le dijo casi rozando su cresta con el pico.
A
Pitia, se le puso la cresta tan roja que Ripicón quedó cegado
durante largo rato, momento que aprovechó Pitia para desaparecer
junto a su amiga Repeta.
—¡«Corre,
corre»! —le decía muy alterada a su compañera.
—¿Tienes
miedo de Ripicón? —le preguntó Repeta a Pitia con ánimo de
tranquilizarla—. Solo quiere ser tu amigo.
—¡Mi
amigo! —dijo Pitia impaciente—. Yo sé que quiere algo más.
Quiere fertilizar mis huevos, y me causa gran vergüenza que se
entere que las pulardas no ponemos huevos. Estamos des-programadas
para ser reproductoras de la especie. Quieren que nuestra carne esté
tan rica, que se nos coma enteras sin dejar ni los huesos.
Ripicón
que las estaba oyendo se le acercó y le dijo:
—No
me importa si no pones huevos. Hazte la despistada y huye conmigo a
mi corral. Te puedo asegurar que junto a mí serás tan feliz, que
pondrás un huevo todos los días. Si ahora no los pones es debido a
la clase de comida que te dan y a los cuidados que te prodigan. Algunas
veces aquellos que nos tratan tan bien nos manipulan en su propio
beneficio.
Pitia
se fue con Ripicón a su corral y al poco tiempo puso huevos que
Ripicón fertilizó y tuvieron sus buenas nidadas de pollitos
chiquitos.
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