—¡Qué bien te debe ir la vida, amigo mío! Dame un abrazo, hombre... y cuéntame... ¡Tienes muy buen aspecto! —Le dijo su amigo con gran regocijo.
—Sí... bastante bueno. Si me hubieses visto hace un mes, seguro que no habrías pensado lo mismo. Aunque no lo parezca, mi vida es un asco. Para empezar, mi salud hace tiempo que hace aguas: me hacen revisiones de colon, me falta un riñón, duermo todas las noches con una mujer que no me gusta, y por si eso fuera poco, me han clavado en una deuda de doce mil Euros.
—¡Vaya...! Pensé que eras un hombre afortunado y que tu mujer era el centro de tu vida.
—¡El centro de mi vida! Hace tiempo que abrí los ojos a lo evidente, toda su belleza se esfuma hablando con ella. Es inconstante, vulgar, pasiva, y qué sé yo. Aburre hasta la saciedad. Necesita que el dinero caiga del techo sin parar de noche y de día, es una manirrota.
—Hombre, tal como lo pintas, cualquiera saldría corriendo por piernas —adujo Paco un tanto irónico.
— Todos los días salgo pensando en no volver —contestó Andrés, pero algo risueño a un tiempo.
—¿Por qué no lo haces?
—Cualquier día lo hago.
—Venga, hombre, la vida es una sola. No la desperdicies.
— Tengo nostalgia de aquellos tiempos en que veíamos la vida como una aventura. —Expuso Andrés a modo de desahogo.
—¿Por qué no te vas a Australia? Creo que allí necesitan gente especializada. Tú eres un buen veterinario —añadió Paco al tiempo que apuraba la ceniza de su cigarrillo.
—¡Hombre, Paco! ¡Qué lejos me mandas! además, no tengo dinero para todos los gastos... La despilfarradora de mi mujer lo consume todo. Y le falta.
—No te preocupes —dijo Paco pasando su brazo alrededor del cuello de Andrés—Si quieres que te eche una mano cuenta conmigo. Yo lo puedo solucionar todo. Tú, sigue tu vida normal. Cuando esté todo preparado te llamo y desapareces. Allí se ganan sueldos muy altos. Ya me lo irás devolviendo.
Andrés estaba estupefacto. No podía creer que su amigo, al que hacía años que no había visto, le propusiera fechoría semejante.
—¡Paco, me parece algo canallesco! Desaparecer así, sin más, es muy fuerte la cosa.
—Tú puedes hacer lo que quieras, Andrés; pero vivir así, sin ilusión, vale más no vivir. El tiempo todo lo borra. Ella se sobrepondrá y quizá sea lo mejor para los dos.
—¡Creo que me estoy ilusionando con la idea! —dijo Andrés sin pensar bien lo que decía.
— ¡Los amigos se ayudan!—reiteró Paco muy locuaz —Tú sabes que puedes contar conmigo.
Se separaron ambos compañeros y Andrés marchó a su casa con mucha inquietud y desasosiego. Era una locura. ¿Por qué Paco quería dar un cambio a su vida?, ¿sería cosa del destino?
Pasaron unos días y la rutina hizo olvidar a Andrés el incidente.
Una mañana sonó el teléfono en casa de Andrés. Pepa, la mujer de éste, atendió la llamada:
—¡Hola, soy Paco, ¿está Andrés?
—Hola, Paco. Andrés no está — dijo Pepa aclarando la voz mostrado contento, había reconocido a Paco—¿Quieres dejarle un recado?—
—Sí, dile que me vea en el bar.
—Paco, ¿Cómo estás? no vienes mucho por aquí —añadió Pepa mostrándose comunicativa.
—Estoy muy liado, Pepa. Cualquier día paso. ¡Un saludo!
Las personas aparecen y desaparecen del modo más inesperado, calculaba Pepa pensando en Paco, mientras dejaba el auricular en el soporte.
Cuando vino Andrés a casa recibió la noticia y se dispuso a ir al encuentro con Paco. Pepa, haciendo gala de su falta de tacto, en opinión de Andrés, se empecinaba en acompañarle.
—Necesito que me hagas un favor, Pepa. —Le dijo de un modo solapado—. Espero una llamada importante. ¿Quieres esperar aquí y atender el teléfono? Te prometo que no tardaré.
Pepa dejó marchar a regañadientes a Andrés. Éste anduvo el camino hacia el bar en cuatro zancadas; nervioso, apresurado.
—¿Qué hay Paco? —Le dijo a modo de saludo a su amigo a su llegada al bar—ya no me acordaba de lo que hablamos. Me parece una locura indigna.
—Pues todo está dispuesto—dijo Paco con una resolución aplastante— El martes a las seis sale el avión que te llevará a Sidney. Tienes hotel y contactos que se comunicarán contigo nada más llegar para el contrato de trabajo. Te adjunto, con el pasaporte, una cuenta bancaria.
¡Es demasiado! Te devolveré con creces el favor que me haces —le dijo Andrés, con inseguridad y desconcierto. No entendía como había llegado a tal enredo—
Aquella noche Andrés observaba a Pepa más que de costumbre. Los remordimientos querían aflorar... marchaba, huía del hogar conyugal sin despedirse, sin una explicación... ¡Qué diablos! —Se dijo— ¡libertad divino tesoro! Todo estaba decidido. ¡Viva la aventura!, ¡Adiós a la rutina!
¡Viva la libertad!
Llegó el día. Él salió para el trabajo como de costumbre; pero estaba de acuerdo con su amigo, que le recogió y le llevó al aeropuerto donde embarcó rumbo a Australia.
Por la ventana entreabierta, la luz tamizada y suave de la mañana iluminaba la alcoba. En la cama, Pepa duerme despreocupada, ni se había dado cuenta de que su marido había abandonado el lecho conyugal.
Los ruidos de la calle la despiertan. Coge el móvil y llama a su marido. El teléfono de Andrés no da señales. Todavía somnolienta, se dispone a dejar la cama con tan mala fortuna que resbala y cae. Pierde el sentido y queda inconsciente en el suelo.
¡Pobre pepa! Nadie la va a socorrer, Andrés ya estaba surcando el espacio que le llevaba a su nuevo destino.
Paco, que tenía la misión de comunicar a Pepa la marcha de Andrés, fue hasta su casa a darle la noticia. Llamó al timbre y nadie le abrió. Después de varias llamadas telefónicas y al timbre sin respuesta, con un extraño presentimiento de que algo extraño pasaba, avisó a la policía.
La encontraron como ya sabemos, inconsciente en el suelo. La trasladaron al hospital. Después de muchos cuidados, Pepa despertó con una amnesia total: no recordaba nada de su vida anterior, ni de si tenía familia, ni de la existencia de Andrés, nada...
A Paco se le complicaba la vida. Él, que había elegido la vida de soltero huyendo de responsabilidades y de problemas, ahora, sentía la obligación de cuidar de aquella mujer que conocía tan poco. Se sentía culpable. ¡Quién le mandaría a él tal cosa! ¿Qué iba a hacer ahora? Andrés ya habría llegado a su destino; pero estaba obligado a permanecer en ese país cinco años sin salir ni de vacaciones. Era la norma que se imponía al firmar el contrato.
Cuando le dieron el alta a Pepa no podía vivir sola de momento. Al no tener familiares cerca, Paco la tuvo que instalar en su casa para poder seguir con su trabajo y cuidar de ella hasta que recuperase la memoria, si es que lo hacía.
Los días fueron transcurriendo y Paco al volver del trabajo encontraba a una bella mujer esperándole. Se sorprendía al encontrar cambios en su hogar que a él nunca se le hubiesen ocurrido. Al contrario de lo que Andrés decía, Pepa era una fantástica compañera. Se ocupaba de todo lo imprescindible para una vida agradable y digna. Salían a caminar e iban juntos al gimnasio. Los domingos paseaban en barca por el estanque del parque e iban al cine.
Paco se sorprendió deseando que Pepa no recuperase nunca la memoria y que Andrés se quedara en Australia para siempre.
María Encarna Rubio