Hoy es un día especial, pues se hace realidad algo que es importante para mí. Desde siempre supe que los últimos años de mi vida los pasaría escribiendo, pero nunca imaginé que sería de esta forma.

jueves, 31 de diciembre de 2020
Una luz en el camino
miércoles, 30 de diciembre de 2020
La atalaya de Rufina
domingo, 27 de diciembre de 2020
El ficus centenario
Cuando la gata Rufina y su amigo el ratoncito Perolo llegaron a la casa de su amiga protectora, la niña llamada Estrella, quedaron anonadados: con el coche esperando a la puerta, Estrella se despedía llorosa de sus padres. La llevaban a un internado. Ella no se veía muy contenta. Al parecer no le hacía ninguna ilusión.
—No te preocupes, tontina —le decía su padre para consolarla —te pasará como otras veces, una vez allí, estarás tan contenta que no querrás volver.
Rufina y Perolo cruzaron sus miradas. Estaban espantados. Si Estrella se marchaba estaban perdidos. Nadie les llevaría comida a la casa perdida del bosque. Y sin pensarlo dos veces, se metieron al maletero del coche que tenía la puerta abierta.
Notaron como alguien cerraba la puerta del maletero y el coche se ponía en marcha.
Al cabo de muchas horas circulando por caminos que ellos no veían, por fin, el coche se detuvo.
Perolo se había ocultado en un bolsillo de la mochila de Estrella, y cuando la mochila fue llevada a la habitación que había de ocupar Estrella, Perolo estaba dentro.
Rufina no encontró lugar donde meterse, y cuando la puerta del maletero fue abierta, Rufina dio un gran salto y corrió a subirse al tronco de un ficus que estaba seco... pero, seco, seco...¡muerto!
Estrella estaba allí, parada frente al maletero. Sufrió gran sobresalto al ver a Rufina trepar por el tronco e instalarse en su cima. Corrió desconsolada hacía el ficus, y llorando, se abrazó a su tronco.
Rufina pensaba que lloraba por ella, pero pronto salió de su error, estrella balbuceaba entre sollozos palabras casi ininteligibles:
¡Mi amado ficus centenario!, por qué has muerto en mi ausencia. ¿Ha sido de tristeza por no verme?, nunca más podré guarecerme de los rayos ardientes rayos del sol de Sestenera. Nunca más se podrán escuchar los poemas de los hijos de este pueblo inspirados por tus esbeltas y frondosas ramas.
Rufina,con ojos vidriosos, miraba a Estrella —¡vaya, me persiguen los poetas! A ver qué aprendemos en este colegio. Espero que Estrella no nos abandone.
Estrella no los abandonó. Cuando estuvo instalada en el colegio, guardaba en el desayuno una ración de queso para Perolo. Pronto supo que él también estaba allí. Le vio asomando el hocico por la abertura de un bolsillo de su mochila.
Rufina bajaba por la noche del ficus centenario y se posaba en el alfeizar de la ventana de la habitación de Estrella.
Estrella abría la ventana y daba paso a Rufina que comía parte de la cena que estrella le guardaba de su ración.
Perolo ya había hecho inspección de todas las dependencias del colegio y había conocido a algunos colegas que vivían allí. Así fue como Perolo se puso al corriente de todo lo que ocurría en aquella institución y conoció a todo el personal docente y al alumnado.
La directora era una señora que Perolo dio en llamarla «la dama de la blanca sonrisa», tenía una linda dentadura y siempre la estaba enseñando.
Los profesores y profesoras eran de edades dispares, todos muy pulcros y atildados. Hablaban entre ellos con voces comedidas, Perolo nunca pudo sacar en claro ninguna de sus locuciones.
Rufina en cambio, no se atrevía a pasar del cuarto de Estrella, pasaba la noche junto a ella y al amanecer salía por donde había entrado.
Un día se atrevió Perolo a entrar en clase con Estrella metido en un doble de su bufanda. Cuando ya dentro de clase, Estrella se despojó de su bufanda, al ir a colgarla de un perchero, Perolo cayó al suelo.
No podéis imaginar el revuelo que se armó en la clase: las niñas gritaban con mucha fuerza. Subían a las mesas de trabajo; hasta la profesora gritó... ¡Un ratón, un ratón!, ¡matadlo, matadlo...!
Estrella también se llevó un gran susto. Temía por la vida de Perolo, pero este, corrió hacía un agujero que otros ratones habían hecho muy apropiado para salvar estas emergencias.
Perolo que conocía todos los túneles del gran edificio, no se alejó mucho del aula. Se quedó cerquita, lo suficiente para escuchar el poema que Estrella iba a presentar en su clase de Literatura.
Al fin le tocaba a Estrella hacer la declamación de su composición y Perolo al escucharla quedó positivamente impresionado, pensó que: Estrella prometía ser una gran poetisa.
Camino un sendero estrecho y tenebroso.
Hay sombras que mi alma sobrecogen.
Y si al fondo tu sombra enhiesta me espera,
se ajusta y me abriga la esperanza de tu embozo.
Hay una mansión siniestra al fondo del camino.
Puerta enlutada de negros velos que el viento mece.
Y mi alma estirada a la sombra alargada de cipreses,
Busca tu mano para que esconda en la tierra mi herrumbre.
Perolo le recitó a Rufina el poema de Estrella.
Rufina dijo: «Ese poema no lo ha escrito Estrella».
Perolo sabía que ella sí lo había escrito, porque él había visto como lo hacía.
¡Mi tierna niña!, ¡Qué estarás sintiendo, para escribir algo tan feo!
—Pensó Rufina, e hizo maullidos en la noche muy lastimeros.
Experiencia sin igual
Cuando la gatita Rufina, subida a lo más alto de aquel roble, escuchó al ratoncito Perolo sus burlas por salir de la casa abandonada del bosque en su busca, sintió tal humillación, que decidió no bajar si estaba Perolo allí.
Perolo, se acomodó dispuesto a esperar el tiempo que hiciese falta, pero como Rufina no bajaba decidió subir él.
Rufina sufrió gran sobresalto al verlo llegar hasta donde ella estaba, pensaba que Perolo no era capaz de trepar hasta allí, pero se equivocaba, si era capaz, de eso, y de mucho más.
—¡Que no me veo libre de ti por nada de este mundo! —masculló con mucha saña, pero Perolo, lejos de enfadarse, se le acercó y se colocó junto a ella como solía hacer siempre. Ella no se movió del lugar. Cerró los ojos y fingió dormitar.
Pasaron la noche uno junto a otro. A Perolo le encantaba el tibio calorcito que desprendía el cuerpo peludo de Rufina. Era lo que más le atraía de esa gata.
Cuando por fin amaneció, Perolo pudo admirar el espectacular paisaje que tenía ante sí. Hacía mucho tiempo que no hacía un día tan maravilloso.
A Rufina le sucedió tres cuartos de lo mismo, cuando abrió los ojos quedó extasiada. ¡Qué distinto era de lo que se veía desde la casa abandonada del bosque. Fijó bien su atención y pudo divisar la casa donde vivía Estrella. Seguro que se marcharía junto con su amiga Adela de la casa abandonada del bosque. ¡Qué lindo es que te mimen! —pensó —¡Qué lindo es que te arropen con lindo chal en una cestita de mimbres! —.
Decidió hacer las paces con Perolo e ir juntos hasta la casa de Estrella.
Perolo se prestó encantado a la reconciliación e invitó a Rufina a bajar del viejo roble.
Con algo de torpeza, Rufina se lanzó a la aventura de vivir una experiencia sin igual. Cayó de cuatro patas en el suelo sin daño alguno.
Perolo bajó tranquilamente deslizándose tronco a bajo. Rufina pensó que él ya tenía gran experiencia en ese avatar, por lo fácil que le resultó.
Y Rufina, adelantándose, por si Perolo lo hacía, se atrevió a decirle un poema, aunque no le saliera bien. Le daba igual que Perolo se pusiera morado de tanta risa.
Amigo Perolo mío,
¡qué linda noche he pasado!
Con un ratoncito lindo
junto a mí acurrucado.
Estoy contenta por fin
de casa haber salido;
de pasar la noche fuera,
de haber al árbol subido.
Cuando Perolo escuchó el poema se emocionó tanto, que no supo qué decir... «A a ver si aquella gata no era tan tonta como parecía...»
María Encarna Rubio
viernes, 25 de diciembre de 2020
Humo en la chimenea
Salió corriendo a toda prisa, se hallaba en mitad del bosque y temía que a Rufina le hubiese pasado algún percance.
Llegó a la casa y se acercó con cautela. Entró por un pasadizo que él mismo había horadado con sus dientes potentes de ratón. Quedó muy sorprendido al ver a su amiga Estrella, la niña que cada día les traía comida.
Estaba en compañía de otra niña, a la que ella le llamaba Adela. No era tan bonita como Estrella, pero tampoco estaba mal. Estaban jugando a las mamás y tenían a la gata Rufina tapada con bonito chal y recostada en una cesta de mimbres.
—¡Qué lindo es tu bebé!, ¡deja que lo tome en mis brazos un ratito! —le decía Adela a Estrella—.
—No, por favor. Si se constipa es muy peligroso. Antes de la pandemia del virus COVI 19 se protegía a los enfermos llevándolos al médico; ahora se protegen no llevándoles allí —dijo Estrella muy exaltada.
—Es verdad. Mi tía abuela que antes siempre estaba en la consulta de la Seguridad Social, ahora no va. Lo hace todo por el móvil.
Perolo no daba crédito a lo que estaba viendo. Rufina estaba tan feliz en la cestita de mimbres, que hasta se le había puesto cara de tonta. ¡Qué gata tan mema! —pensó. Y algo celoso se fue por donde había venido.
Estaba furioso. La envidia lo corroía. A él —pensaba —lo más que podrían hacerle, era llevarle a un laboratorio para inyectarle toda clase de inmundas enfermedades para hacer investigación sobre ellas.
A esa gata tonta la miman como si fuese una criatura amada por todos. Al fin y al cabo, solo era una gatucha abandonada en el bosque en un día de lluvia.
Rufina que por el rabillo del ojo había visto aparecer a Perolo por el agujero de su ratonera, saltó de la cesta y salió corriendo tras él.
Rufina anduvo largo trecho sin descansar, hasta que cayó en la cuenta de que se había perdido.
Quiso volver sobre sus pasos, pero sintió un miedo profundo y trepando por el tronco de un viejo roble subió hasta lo más alto que pudo.
Pobre Rufina, quería bajar y no podía. Le era imposible. Recordó lo que un día le dijo su amiga Plega: «Es más fácil subir que bajar». No comprendía como había podido olvidarlo.
Cuando el pánico iba ha hacer presa en ella apareció Perolo, desde abajo la estaba mirando.
—Lánzate sin miedo —le dijo con sorna Perolo —. Los gatos sois muy flexibles, y con vuestras patitas almohadilladas nunca os hacéis daño. Hay un dicho muy popular que dice: «Siete vidas tiene un gato» y se tronchaba de risa. Y como a todo le hacía poemas soltó con regocijo el que sigue:
Rufina, salta con tiento.
Que te has subido muy alta
Mucho valor te hace falta.
Y no fallar en el intento.
Por qué siendo tú tan miedosa,
Tras de mí sales corriendo
Y no has seguido durmiendo
Haciendo de gata sosa.
A Rufina le dio tanta rabia, que por primera vez en su vida, le respondió a Perolo en verso diciendo:
¡Eso quisieras, Perolo!
Que corriera tras de ti.
He salido ha hacer deporte
Y por eso estoy aquí.
María Encarna Rubio.
martes, 22 de diciembre de 2020
Un mundo de tinieblas
De pronto, se oyó ruido en el exterior de la casa. Era un sonido extraño...
Perolo sintió miedo. Se acercó a Rufina y se escondió entre sus patas.
Rufina dio comienzo a un lameteo de su cabeza y de todo su cuerpecito, como si fuese su bebe gatito y quisiera asearle.
En aquel preciso momento vino a su memoria aquel mal pensamiento que tuvo de comerlo.
Lo acarició con ternura y pensó que a él, nunca le haría el menor daño. Eso que ella era una gata y es normal que los gatos coman ratones... pero Perolo no era un ratón cualquiera, ella nunca se lo comería.
¡Cómo me gustaría que alguien me quisiera!—pensaba Rufina—, que mis hermanos me buscaran y me llevaran a vivir a donde hay casas con gatos.
Solo tengo por amigo a un ratón. El caso es que yo era buena con ellos. Y aunque no lo fuera.
No está bien que se desentienda todo el mundo de mí. Tendré que aprender a vivir sola y ser amiga de quien quiera serlo de mí.
Y Rufina lloró tanto, que Perolo saltó a consolar su penar con un poema muy tierno con aires de otros tiempos, por ver si ella reía:
¡oh, cielos!, ¡cuan grande es su penar!
Que hasta el cielo se ha nublado
y se ha oscurecido el pinar.
Qué grandes son sus suspiros.
Cuán grande es su lamento.
¡Sí, mi alma se estremece,
llena de sufrimiento!
Porque yo siendo un ratón
amo a la gata Rufina.
Porque ella siendo gata
es una gata muy fina.
Rufina secó su llanto. Solo por complacer a su amigo Perolo. Sabía que él la queria.
Cuando alguien te quiere de veras, las penas son más llevaderas.
María Encarna Rubio
sábado, 19 de diciembre de 2020
El camino de la maldad no es bueno
Llovía sin cesar. La gatita Rufina estaba muy preocupada, pronto sería de noche y el ratoncito Perolo no volvía. Había salido sin despedirse cuando amanecía el día. Ella se sentía muy sola.
Rufina lo pasó escondida debajo del viejo armario; aunque, por fin, haciendo acopio de valor, se decidió a ir en busca de Perolo.
Caminó entre la maleza del bosque hacía la casa de Estrella, había aprendido el camino el día que salió con Perolo a visitarla.
Cuando llegó por fin encontró a Perolo jugando alegremente con unos amigos ratones en una casita para gatos que había en el porche.
—¡Qué haces, Perolo!, he estado preocupada por ti. ¿No sabes que tengo miedo de que te pase algo malo?, ¿No te acuerdas de que me espanta estar sola?, —soltó con toda la furia que ella ponía cuando se enfadaba.
Perolo que ya estaba acostumbrado a sus ataques de ira, no le hizo el menor caso y siguió jugando.
Rufina se lo quedó mirando y pensó: «A este ratón, un día, me lo como».
Perolo que leía los pensamientos de Rufina, se le acercó con cuidado y le dijo en verso:
Mi querida Rufina, gata fina
Si tanto sufres por mí cuando no estoy
Y tu maullido al maullar se desafina,
No entiendo que sufras tanto por no verme
Y cuando un poco falto quieras comerme.
No me quites, tesoro, la libertad
No seas mala y disfruta de la amistad.
Rufina sintió vergüenza de sí misma. Ella bien sabía que por el camino de la maldad no se va a ninguna parte.
María Encarna Rubio
martes, 8 de diciembre de 2020
Lo maravilloso que es tener amigos
Perolo estaba feliz, su amiga la gatita Rufina, por fin, había salido de la casita abandonada del bosque.
domingo, 6 de diciembre de 2020
Una aventura de Perolo
domingo, 29 de noviembre de 2020
Los efectos de la ira
viernes, 27 de noviembre de 2020
Ser aseado es necesario
El ratoncito Perolo admiraba mucho a la gatita Rufina; a pesar de vivir en abandono iba siempre limpia y aseada. Caminaba con tanto aplomo que parecía la reina de las gatas; menos cuando recordaba a los que la habían abandonado: su lomo se erizaba, sacaba sus uñas, bufaba como lo haría un leopardo de la Sabana.
Perolo se asustaba al ver a la fiera que llevaba dentro. La gata Rufina parecía tierna y desvalida, pero nada más lejos. Él sabía que en su interior urdía planes de venganza. El rencor y el odio la transformaban. Se ponía tan fiera que los cuervos que invadieron la estancia con chimenea en la casita abandonada del bosque, al verla en ese trance, huyeron despavoridos.
Perolo esperaba paciente a que volviera en sí y fuera la gata tierna que él conoció.
Luego de su arrebato, Rufina lo acogía en su regazo y lo acariciaba como si fuera su lindo bebé gatito. Lo aseaba con esmero y jugaba con él al escondite.
Perolo entre tanto pensaba en poemas para darle las gracias por sus atenciones. Tenía varios pensados, pero había uno que pensaba decírselo en uno de sus arrebatos de ira y rencor hacía los que tan vilmente la habían abandonado en un día de lluvia en el bosque.
que te arrojaron,
por que en su abandono
Junto a mí te dejaron.
No lMi amada Rufina...
Gata fina.
siendo un ratón yo te amo.
Amo también a la lluvia,
a losos odies gata fina
El odio del mal es engaño.
Ese odio, gata fina
Solo a ti te hace daño.
María Encarna Rubio
domingo, 22 de noviembre de 2020
Rufina y Perolo 3
El saltamontes Nicasio y el escarabajo Manolo.
Ella, volvió cautelosa a subir la escalera, con la intención de esconderse y no aparecer en tanto las aves siniestras estuvieran allí.
Sintió deseos de maullar de manera lastimera, pero lo pensó mejor y se mantuvo callada.
¡Pobre Perolo! —pensó—. De nada habrá servido el sacrificio que hice al no comérmelo yo si los cuervos se lo comen.
Rufina tiritaba. Se puso acomodada en un viejo cojín mucho tiempo abandonado; pero a ella le venía bien, estaba calentita y pronto se quedaría dormida otra vez.
Cerraba ya sus ojuelos, cuando sintió un rocecito suave y tibio en su regazo: era Perolo, con sus dos amigos apostados en su lomo. También ellos habían corrido a esconderse cuando vieron entrar a los cuervos siniestros.
El ratoncito Perolo, cuando quería, también sabía ser silencioso. Rufina le dio un abrazo de gata amiga y se alegró mucho al verles.
Perolo invitó a Rufina a escapar por la ventana, pero Rufina tenía miedo de abandonar aquel lugar y dijo que no, que la noche vendría pronto y que allí por lo menos tenía un techo protector.
Perolo, que al final resultó ser un poeta, le compuso a Rufina un poema que la dejó muy sorprendida, lo mismo que a Nicasio y a Manolo.
Los dos le conminaron a que a ellos les hiciera otro poema.
¡Venga, Perolo, anímate! —le decían—. Di el poema que has hecho para Rufina.
Está bien, lo diré; pero no quiero burlas ni comentarios. Y subido a lo alto de un armario, dio comienzo a su declamación:
Rufina, sal al collado.
El viento ha amainado,
la lluvia te hace honores
solo por ti ha cesado.
Saca fuerzas y sé valiente,
haz frente a la adversidad;
hay que hacer lo conveniente.
A veces resulta duro,
pero quizá nuestros males
deparan mejor futuro.
Rufina quedó callada. No sabía qué decir.
Perolo esperaba que le diera las gracias, pero Rufina cerró los ojos y fingió que dormía.
Nicasio y Manolo cuchicheaban:
"Lo mejor será pasar aquí la noche"
María Encarna Rubio
viernes, 20 de noviembre de 2020
La gatita Rufina y el ratoncito Perolo 2
miércoles, 18 de noviembre de 2020
La gatita Rufina y el ratoncito Perolo
lunes, 16 de noviembre de 2020
El día a día de una octogenaria 2
Ayer a las cinco de la tarde fui a la consulta de la podóloga, por este motivo no pude hacer la siesta. A las ocho de la tarde estaba agotada. Me fui a la cama a descansar a las ocho y media, cosa inusual en mí, nunca me acuesto antes de las doce de la noche.
Me sorprendió sobremanera la joven que me hizo la limpieza de mis durezas en los pies, se mostró comunicativa y natural, me fue sacando poco a poco empatía al mismo tiempo que me cortaba las uñas y me sacaba los callos. Antes de salir de casa había hecho el propósito de mostrarme lacónica y discreta, nunca me siento bien después de explayarme ante extraños, pero la sencillez de la joven dio al traste con mi intención. Hablamos sin parar durante hora y medía que duró el proceso.
Se tocan muchos temas en hora y media. Me dijo que tenía veintitrés años. Como comprenderéis, una niña, comparada conmigo; " Un libro con casi todas las páginas en blanco"; una historia sin relatar apenas. Es increíble la experiencia que se tiene almacenada a los ochenta años. Lo averiguas cuando lo contrastas con alguien que tiene todo por vivir. La juventud es maravillosa, pero al final de la charla llegamos a la conclusión de que la mejor edad es a partir de la jubilación... Si has llegado a ella en condiciones óptimas para poder disfrutarla. ¿Es cosa de la genética? Algo intervendrá, pero la trayectoria del camino recorrido es lo más importante. Tengamos la edad que tengamos no se puede vivir sin proyectos y sin ilusión, aunque sepamos que solo nos queda un día.
Hoy, como es natural, me he despertado a las siete de la mañana, fresca y descansada después de tantas horas en la cama, durmiendo. Me he levantado a dar comienzo al nuevo día, quedé con unos amigos para salir a dar una caminata por los alrededores del pueblo a las nueve de la mañana. Es algo que me encanta.
El lugar dónde vivo es una maravilla. Tiene la zona Sur limitando con la vega del río Segura, que no es muy caudaloso, pero va dejando tras de sí un vergel de verdor y de vida. Me maravilla ver los bancales recién labrados abancalados para los plantíos de las hortalizas, que ya crecidas, son un espectáculo de perfección y de belleza: las coles, las lechugas, las plantas aromáticas tales como el cilantro, la hierba buena y el perejil, que perfuman el ambiente a poco las mueva la brisa.
La zona Norte era campo secano, pero la pericia del hombre ha subido el agua y lo ha convertido en una continuación de la huerta, en su gran mayoría al cultivo del limonero. Son famosos nuestros limones que invaden las plazas de muchas partes del mundo derramando salud y vida.
sábado, 14 de noviembre de 2020
El día a día de una octogenaria 1
Hoy ha amanecido nublado. Los días grises siempre me han puesto melancólica; pero esta mañana, muy al contrario, me sentía eufórica y muy activa.
Me he levantado a las ocho. He dormido ocho horas, y al despertar, mi voz interior me ha dicho la cantinela que me irá repitiendo de vez en cuando a lo largo del día desde que el virus del COVI nos está amargando la vida: "Cuidado, eres persona de alto riesgo, la guadaña espera en la calle".
Después de la rutina diaria del aseo personal y de hacer la cama, he desayunado un licuado de: zanahoria, apio, manzana, espinacas y tomate. Después he limpiando las cinco grandes ventanas con sus rejas que tiene mi casa. Ambas son blancas sobre una fachada de color albero fuerte. También he limpiado y abrillantado el porche de mármol blanco con sus dos puertas blancas que dan entrada a la casa, una para el recibidor, otra da acceso directo a mi oficina.
Con las ventanas abiertas, desde dentro, he ido realizando mi trabajo con gusto, y he recibido los buenos días de todos los transeúntes que han ido pasando con sus mascarillas tapando sus caras. Las llevan de todos los colores y de variados modelos.
A las once de la mañana he hecho un alto para tomar un refrigerio: unas tostadas con queso, un plátano y un vaso, mitad bebida de avena, mitad leche semidesnatada.
No he atendido el móvil. Nada me ha distraído. Solo mis pensamientos me han acuciado con reflexiones sobre el momento crucial que vive la humanidad.
Eran las doce y media y he dado por terminada mi tarea. He visto mi trabajo previsto, realizado. Me he sentido muy satisfecha y me he sentado en mi oficina a leer un libro de Javier Marías:
"Corazón tan blanco", hasta la hora de comer. Aquí, en mi tierra, almuerzo se le llama al refrigerio que yo he tomado a las once.
A las catorce horas, que en mi tierra les llamamos "las dos" he dejado mi lectura. Me he dirigido a la cocina y me he preparado de entrante una ensalada compuesta de: lechuga, manzana, tomate, nueces, jamón york y semilla de girasol. He tomado un guiso de lentejas y de postre un pérsimon, una deliciosa fruta rica en Betacaroteno, peladito y troceado.
Después de comer siempre hago la siesta; pero al estilo de Camilo José Cela, de "pijama y orinal". Es esencial a cierta edad partir el día en dos. Una siesta de dos horas te hace pasar una tarde maravillosamente descansada, lista para llegar a las doce de la noche fresca y preparada para hacer lo que te apetezca. Alcanzar los ochenta en optimas condiciones es un regalo incomparable. Doy gracias a Dios porque lo estoy viviendo. Una maravilla. El ejercicio, la alimentación, y proyectos ilusionantes conservan la salud física y mental en perfecto estado.
Después de la siesta tengo un largo espacio de tiempo que ocupo en lo que me apetece, sin salir de casa, claro. Qué tiempo estamos viviendo. Parece que se cumplen profecías que nos han contado. El fin de nuestra Era... O quizá de la especie. Lo cierto es que no está de acuerdo El Que todo lo rige con nuestro sistema de vida. Estamos obligados al aislamiento, al cambio radical de nuestras costumbres. El planeta no aguanta más. Se defiende.
Todo es lindo con amigos
Crusa era una tortuguita feliz, todos los animalitos del bosque eran sus amigos, pero los que más amigos eran: la ardilla Colasa y el erizo Capuntas; la querían mucho.
Todos los días salía a jugar con ellos. Cuando hacían carreras siempre se quedaba retrasada. Ella se esforzaba mucho, pero sus cortas patitas avanzaban poco, y su grueso caparazón le pesaba y le hacía sudar.
Un día decidieron hacer una excursión todos en grupo al monte cercano. Había allí una fuente de aguas cristalinas y se iban a bañar.
La liebre Corina, su hermana Menca y la libélula Pilpi, decían que Crusa no las podía acompañar, porque caminaba despacio; además, con el peso de su concha, en la fuente, se podía ahogar.
Crusa lloraba. Se había escondido en su casita portátil y no quería salir.
El erizo Capuntas y la ardilla Colasa le daban ánimos:
—Sal, Crusa. No te enojes —le decían. Nosotros te ayudaremos y te acompañaremos. Comeremos piñones de las piñas de los pinos. Veremos el paisaje y beberemos agua de la fuente.
Todo fue muy bonito. Subieron despacito hasta la fuente. Allí encontraron a la ranita Anastasia que era una gran escritora de cuentos. Se lo pasaron en grande leyendo lindas historias con mucho amor y amistad.
María Encarna Rubio González
MAMÁ OSA PERIPITOSA
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