La gallina Teodora estaba sobrepasada, no salía de su asombro, todos sus pollitos estaban naciendo al mismo tiempo.
Era madre primeriza y no sabía qué hacer, si llevarlos primero al río para que aprendiesen a nadar o directos al comedero para enseñarlos a comer.
Mucho le costó, pero decidió pasar por el gallinero de su amiga Picachata para pedirle consejo, ya que era gallina con mucha experiencia en criar pollitos y lo hacía con mucho acierto.
Teodora sufrió mucho por el camino, ya que sus pollitos salían corriendo en desbandada y no había manera de controlarlos. Les azuzaba con el pico, los sujetaba con las alas, pero no conseguía nada. En el colmo de la desesperación decidió dejarlos ir donde quisieran y marchar sola casa de su amiga. Cuando los pollitos observaron que mamá se alejaba sin ellos entraron en pánico y corrieron en tropel tras ella sin alejarse ni un momento.
Así fue que Teodora aprendió que sus pollitos tontos no eran, y que sabrían cuidar de sí mismos sin que ella tuviese que tomarse más trabajo del necesario. Si se excedía en protegerles no les haría ningún bien, pues descuidarían sus responsabilidades pensando que mamá se ocuparía de todo siempre.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
María Encarna Rubio