Hoy es un día especial, pues se hace realidad algo que es importante para mí. Desde siempre supe que los últimos años de mi vida los pasaría escribiendo, pero nunca imaginé que sería de esta forma.

sábado, 30 de enero de 2021
Algo insólito
viernes, 29 de enero de 2021
Una visita inesperada
jueves, 28 de enero de 2021
Feliz estancia
martes, 26 de enero de 2021
Un cambio repentino

sábado, 23 de enero de 2021
Son menudencias
viernes, 22 de enero de 2021
Los desproporcionados juicios de Rufina
—¡Por Santa Catalina la Casta, Rufina, ratones en casa no! —gritaba la anciana escritora de cuentos a la gata Rufina.
Se había puesto roja primero; después verde de ira para pasar a amarilla, del asco que le dio ver al ratoncito Perolo revolviendo los papeles del cajón de sus cuentos escritos.
Acto seguido, la anciana se agachó. Iba a quitarse una zapatilla para dar a Perolo un buen golpe.
Rufina, loca por el espanto, aprovecho para lanzarse sobre Perolo. Lo agarró como agarran los gatos a sus bebes, sin hacerle daño, y lo sacó con ligereza del cajón.
Lo llevó a la despensa, donde estaba la puerta de su ratonera.
—¡Corre, Perolo, corre!, ¡no te pares!, ¡ponte a salvo!—gritaba despavorida.
Acto seguido, salió tranquila, despacio, lamiéndose como si acabara de comerse tres latas de carne para gatos.
Llegó hasta donde se hallaba la anciana Consuelo.
Vio con alivio que se había calmado. Estaba regando los tiestos del balcón.
—¡Qué mujer tan ignorante!, me gustará saber qué clase de cuentos escribe... Además, la oí decir un día que nunca fue a colegio alguno... Que todo lo había aprendido sola...
— Todo eso lo pensó Rufina al ver que la anciana intentaba cantar a las plantas, para que crecieran más deprisa.
¡ Intentaba cantar Ópera!, !Daba grititos y hacía gorgoritos!
—Mio Banbino Caro, ¡ji, ji...! —Pensaba Rufina muerta de risa.
Pasado un rato, miró la anciana al cielo, y como no llovía, se dispuso para hacer ejercicio en casa.
Rufina, con mucho sigilo, se fue para la habitación de la anciana a acostarse en la cama a dormir un rato.
—¡Vaya, qué egoísta, quiere la cama para ella sola!—pensó Cuando llegó y vio que la puerta estaba cerrada.
—Me pondré en la cesta de mimbres—pensó—tengo que descansar. Estoy agotada del susto. que he llevado.
Espero que "la anciana talentosa" no ponga la Música Disco a todo gas, como hace todos los días...
Cuando hace la gimnasia en casa es de temer... Y se acomodó en la cesta.
Al poco de quedar dormitando, a Rufina, la conciencia le remordía. Sintió vergüenza de sí misma.
Los juicios desproporcionados que le había prodigado a su benefactora, se le hicieron injustos, al notar que le había comprado una mantita nueva para rellenar el fondo de su lugar de reposo.
María Encarna Rubio
miércoles, 20 de enero de 2021
lunes, 18 de enero de 2021
No es día para confidencias
domingo, 17 de enero de 2021
Luxbel el hada más bella del mundo
sábado, 16 de enero de 2021
Perolo se enamora
viernes, 15 de enero de 2021
Una quimera
La llovizna
miércoles, 13 de enero de 2021
Un feliz Día de Reyes Magos
Era día de Reyes Magos. La hora de la comida estaba fijada para las dos de la tarde. Yo esperaba con gran ilusión el momento de que, después de finalizado el almuerzo, haríamos la entrega de los regalos a los asistentes.
Roberto había invitado a Elías, su socio, y a la secretaria de ambos, que por razones de trabajo ese día tenían un serio compromiso.
Yo, por mi parte, había invitado a nuestro amigo común el doctor Nector, con el que un día trabajé en su clínica como enfermera. Estaba soltero. Participaba en todos los acontecimientos especiales de nuestra casa y la comida de ese día era más bien de despedida, se marchaba a Sudáfrica. Llevaba días ofreciéndome la incorporación a mi puesto de trabajo, que le acompañara. Aducía que mis hijos ya no me necesitaban, ya que estaban independizados.
Sobra decir que yo no había aceptado; siempre supe de su amor silencioso por mí...
Roberto, mi marido, era un empresario de mucho éxito, nuestra economía era de lo más envidiable. Me mimaba. Me halagaba en extremo.
La mesa estaba preparada. Yo me había esmerado en el menú y todo era exquisito. Mis hijos y sus parejas estarían ese día con nosotros y todo prometía un día de Reyes Magos memorable.
Para mí, uno de los regalos no sería sorpresa, pues Roberto unos días antes hubo de cambiar su americana antes de salir para el trabajo. Cuando fui a cogerla vi en uno de los bolsillos un estuche con un precioso collar. Me sorprendió y pensé que le habría costado una buena suma. Di por supuesto que era mi regalo de Reyes.
La comida transcurrió como yo esperaba, con caras alegres, diálogos divertidos, mis hijos adorables, y mi marido enternecedor con todos.
Nector me miraba. Unas veces parecía querer decirme algo. Otras evadía su atención disimuladamente. Una vez que fui a la cocina me siguió con el pretexto de ayudarme y una vez allí, me dijo que lo pensara, que necesitaba un cambio en mi vida.
Me resultó algo pesado. Yo no podía abandonar a Roberto. Mis hijos no me necesitaban, pero Roberto sí. Él estaba acostumbrado a mí. Se encontraba feliz conmigo y yo con él. Aunque, pensándolo bien, el que estaba verdaderamente cómodo era él. Salía, entraba, viajaba —por negocios, según él—. Su vida era de lo más movida; vestía con estilo... Tenía una casa decorada con un gusto exquisito, todo a su alrededor era especial... El dinero lo ganaba él, pero el modo de invertirlo, los detalles, el mérito no era suyo... Él lo sabía.
Por fin llegó el momento de la entrega de regalos. Roberto, con la amabilidad que le caracterizaba, me brindó el suyo, esperando de mí la más efusiva de las sorpresas: en realidad lo fue. Cogí el estuchecito diminuto y rasgué su envoltura sorprendida. Lo abrí. Encontré un anillito con una amatista la mar de mona.
Todo continuo de modo normal en estos casos. A su secretaria le entregó un perfume —caro, eso sí —, pero un perfume. Yo dejé el estuche en el borde de la mesa y salí para la cocina, había visto el collar asomando tímidamente por un resquicio de la blusita de la secretaria.
Nector vino tras de mí. Quería darme su regalo a escondidas de todos: un pasaje de avión para Sudáfrica. Créeme —me dijo—aquí el único que te necesita soy yo.
Salí con la sonrisa que lleva una mujer feliz. Miré a todos y les propuse un brindis. Cuando estaban todas las copas en alto dije unas palabras:
Tengo que dar una noticia, es el momento oportuno ahora que los más importantes de mi vida estáis presentes: ¡he decido aceptar la oferta del doctor Nector de volver a mi trabajo! Me voy a Sudáfrica.
Roberto se puso lívido. Todo su ser se conmocionó.
—¿Será una broma? —dijo.
—No. No es una broma. Es una decisión tomada y no hay vuelta atrás.
—Ya lo discutiremos, tú no te puedes ir, yo te necesito.
Todos me miraban con incredulidad. El único que se hallaba contento y feliz era Nector. Muchos años habían sido los que había estado esperando este momento. Él estaba al corriente de las correrías de Roberto, pero había aguardado pacientemente a que yo lo descubriera por mí misma.
Se fueron todos y por fin quedamos solos. Roberto quiso increparme, parecía angustiado, pero le salí al paso.
—Yo te necesito, no puedes dejarme ahora —decía compungido queriendo hacerme cambiar de opinión.
—Tú no me necesitas, Roberto. Tienes a tu secretaria. ¿Cuánto tiempo llevas con tu engaño?
¿Cuánto tiempo llevas haciéndome pasar por tonta haciendo viajes de negocios dejándome aquí esperando tu regreso cortando rosas y podando los setos del jardín?
—No la veré más. Ella para mí no es más que un pasatiempo.
No hay nada que me retenga —dije mientras hacía mis maletas.
Y sí, me fui. Desde ese día, vuelvo todos los años el Día de Reyes para la entrega de regalos, con Nector, que siguió esperando pacientemente a que yo estuviese dispuesta para aceptar su bendito amor desinteresado y verdadero.
847 palabras
El secreto de la anciana Consuelo
El secreto que la anciana Consuelo ocultaba celosamente, por un descuido, lo pudo averiguar el ratoncito Perolo.
Una noche de luna llena, salió Perolo a calle; iba a visitar a su amiga la gata Rufina, hacía muchos días que no se habían visto. Perolo tenía miedo de distanciar sus encuentros, Rufina podría olvidarse de él, no reconocerlo, e intentar comérselo.
Iba por la calle, silencioso, un ratón siempre ha de andar con precaución, son miles los peligros que le acechan.
Caminaba por la orilla de la acera, y de pronto, una sombra siniestra, oscura y alargada, parecía perseguirlo.
Se detuvo cauteloso y se ocultó tras un matojo que crecía junto a la cerca. La sombra que parecía perseguirlo también se detuvo... sacó del bolsillo algo que Perolo no pudo distinguir qué era, se acercó con cautela al "ojo" escrutador de la cerca e hizo un flas luminoso, al parecer hacía fotos.
Corriendo el riesgo de ser visto, avanzó por la orillita de la cerca y se situó frente a la persona que proyectaba la siniestra sombra y su asombro no tuvo límites: se trataba de la anciana Consuelo... iba sola, embutida en su anorak y embozada con una bufanda negra.
Después de hacer varios flas con su móvil, la anciana Consuelo sacó un bloc de notas y un bolígrafo y se puso a escribir una nota anónima que dobló cuidadosamente y la dejó en el fondo de aquel ojo de la cerca.
Acto seguido, se marchó con paso firme y acelerado, más firme y acelerado que corresponde a una octogenaria.
Perolo, cediendo a su curiosidad, se metía entre las dobleces del pliego y se dispuso a leer lo que decía aquella nota... no olvidemos que él era un ratón de biblioteca.
Quedó estupefacto: "la nota era un poema".
La anciana Consuelo resultó ser una romántica empedernida... ¡Estaba enamorada! Su poema lo decía.
¡Oh, cielos!
¡Qué resurgir en mi alma!
Palomas que alzan el vuelo,
y suben y bajan raudas
a ras del suelo.
No me inspiran locas pretensiones,
solo mirar y admirar
tu hidalga figura enhiesta,
tus ojos de bello relampagueo;
solo por volverlos a mirar
subo y bajo la cuesta
y escrudiño el ojo de la cerca,
solo por ver si te veo.
Perolo estaba muy impaciente por contarle a la gata Rufina el secreto de la anciana Consuelo... ¡No lo podía creer! ¡A sus años escribiendo poemitas!
María Encarna Rubio
domingo, 10 de enero de 2021
El tronco seco del ficus centenario
Sentía mucho amor por los niños. Le encantaba escribir historias bonitas para ellos. También le gustaban los árboles, grandes, ancianos, cuanto más ancianos mejor. Cuando salía a pasear por el parque, abrazaba sus troncos y los acariciaba; les hablaba como si ellos pudiesen oír lo que les decía.
Ahora, tiene a su amiga, la gata Rufina, que le hace compañía y le da mucha inspiración para escribir lindos cuentos infantiles, que después de hacer pasteles, es lo que más le gusta.
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