Le había sido dado nacer en lugar tan singular.
Su belleza pletórica a todos se les prohibía contemplar.
Cubierta con tupido manto nadie podía imaginar lo que se ocultaba debajo.
En su castillo de roca natural presentía que estaba viviendo en tiempos de privilegio.
A partir de ahora nada sería como antes.
Disfrutaba tejiendo sus bellas creaciones famosas en el mundo conocido.
Mercaderes venían buscando las maravillosas alfombras que harían más majestuosos los salones de los ricos, si esto cabía.
Traían rumores con ellos que causaban asombro y estupor.
Un nazareno hacía ver a los ciegos, andar a los paralíticos, y resucitaba a los muertos.
Un vecino del lugar había presenciado un sermón en una montaña, dónde más de cinco mil personas comieron con unos cuantos panes y unos pocos peces.
Con las sobras llenaron no sé cuántos cestos.
Se llama Jesús y es hijo de un carpintero.
Hombre valiente va diciendo su verdad.
No le importan las críticas ni las humillaciones.
Tiene poder sobre los vientos y las aguas.
Dice en sus sermones que somos hermanos y que nos amemos unos a otros.
Por decir que es hijo de Dios le han crucificado.
Y, como es natural ha resucitado y dejado las normas de conducta adecuadas para que vivamos con paz en esta vida y seamos dignos de alcanzar la otra en el más allá.
Él es Jesús, el Salvador.
Si lo tienes a bien Señor,
Ilumina al mundo con tu luz.
No hay peor castigo que la oscuridad.
Apacigua a las bestias, Señor.
Aléjalas de mi, porque me incitan al odio.
El odio lo sufre quien lo siente.
La envidia causa más sufrimientos
Por los bienes ajenos
Que por los males propios.
Contra envidia caridad.
Danos la gracia de saber ser felices.
El amor es, simplemente la solución.
Si no hay amor, estás muerto.
El don de la fe se cultiva.
Es algo delicado que hay que tratar con esmero.
Con el más leve roce se quebranta.
Sólo el que no la tiene lo sufre.